El dilema de Carlowitz
Este año se cumplen tres siglos desde que el término sostenibilidad se usó por primera vez en el planeta. En 1713, el contador y administrador de minas alemán, Hans Carl von Carlowitz (1645-1714), escribió el libro Sylvicultura oeconomica, un tratado sobre cómo debería ser la administración sostenible de los recursos forestales.
Al igual que la economía, la sostenibilidad surge de un principio básico: la escasez. Así que Carlowitz pensó que había cuatro vías posibles hacia la sostenibilidad: la política (el poder público regula la producción y el consumo en función del bien común), la colonial (buscar fuera del territorio propio la producción de los recursos faltantes), la liberal (dejar al mercado abierto y al libre comercio como reguladores únicos del consumo), y la técnica (la innovación tecnológica supliría los elementos escasos con sucedáneos: sustituir madera por carbón, y carbón por petróleo).
No hace falta indagar mucho para darse cuenta de que el mundo optó por el colonialismo, y con ello, por la globalización de la escasez. Lo cierto es que 300 años después, el dilema de Carlowitz sigue vigente: ¿cómo producir (y construir) de manera sostenible? Algunos arquitectos e ingenieros siguen buscando la respuesta, aunque la mayoría de ellos prefieren sumarse al impulso mercadotécnico de cientos de marcas de productos que se adhieren a los términos “sostenibilidad” y “sustentabilidad”, como si fuera un credo comercial de mercado.
Cuando los editores de Obras nos planteamos la posibilidad de hacer un ranking para medir las prácticas sustentables para la edición de Diez Despachos, nos enfrentamos con un problema: ¿cómo distinguir a los arquitectos que buscan ser sustentables, del resto?
El resultado de este ejercicio ha sido tan revelador como retante. La buena noticia es que en efecto, hay firmas de diseño que han incorporado los criterios de sustentabilidad como si fuera el ADN de sus filosofías, métodos, ejecuciones de diseño y construcción, procurando que sus proyectos ayuden a la resiliencia económico-social-ambiental de su entorno y a la concientización de los usuarios de sus proyectos.
Eso sí, 95% ya tiene la práctica común de instalar gadgets de construcción como inodoros secos y focos ahorradores, pero aún hay firmas que no contemplan los impactos de los materiales especificados, ni la disposición de desechos de construcción; tampoco se miden las afectaciones por tráfico, la calidad de vida, o el beneficio económico que las nuevas construcciones traigan a su zona de influencia. Basta decir que la sustentabilidad, para muchos, sigue siendo un lujo que se cobra hasta con 20 y 30% de sobrecosto a su clientes.
Los resultados de este informe muestran que hay mucho por hacer. El cambio de paradigmas en la construcción llegará edificio a edificio, antes de contar con comunidades o ciudades sustentables, pero la velocidad y la certeza de que esto suceda está en manos de los profesionales de la construcción.
De lo contrario, habrá que tener presente la frase del sociólogo Claude Lévi-Strauss: "O cambiamos de valores civilizatorios o la Tierra podrá continuar sin nosotros".