Guggenheim y Bilbao prolongan su idilio
Bilbao y la Fundación Guggenheim de Nueva York renovaron en diciembre un fructífero matrimonio de 20 años que, a partir de un museo de arte contemporáneo, impulsó urbanística y económicamente la entonces decadente ciudad industrial del norte de España.
A punto de extinguirse el contrato firmado en 1994, la Solomon R. Guggenheim Foundation de Nueva York y el Museo Guggenheim de Bilbao renovaron el 10 de diciembre por otros 20 años, en vez de los diez previstos, la cooperación que ha traído a esta ciudad española las obras más destacadas del arte contemporáneo.
Mark Rothko, Gerhard Richter o Eduardo Chillida componen la nómina de artistas de su colección permanente, complementada con exposiciones cedidas temporalmente por Nueva York de Andy Warhol, Robert Motherwell o Alexander Calder.
Pero el acuerdo también consolida la red de la fundación, que ya contaba con una sede en Venecia y desarrolla ahora una en Abu Dhabi. Una senda imitada por importantes museos como el Louvre de París, que también se instala en la capital árabe o en la ciudad francesa de Lens, y el Hermitage de San Petersburgo, que abrirá un museo en Barcelona.
"Esa estrategia, basada en la necesidad de globalización, fue muy novedosa en ese momento pero ahora se replica incluso en otros ámbitos como los festivales de música", explica Lluís Bonet, director del programa de gestión cultural de la Universidad de Barcelona.
'Un auténtico milagro'
Antes gris, contaminada y llena de fábricas abandonadas, la ría del Nervión, epicentro de Bilbao, se presenta actualmente luminosa, con modernos edificios, espacios verdes, carriles bicis y coronada por la espectacular edificio del museo, del arquitecto canadiense-estadounidense Frank Gehry.
Inaugurado en 1997, se convirtió rápidamente en referente de la arquitectura de finales del siglo XX con su imponente estructura de titanio de contornos orgánicos, su superficie imitando las escamas de un pez y su silueta de barco homenajeando la tradición naviera vasca.
Desde entonces, ha recibido casi 17 millones de visitantes, mientras que en Bilbao, antes desplazada del circuito turístico y artístico internacional, se han duplicado las pernoctaciones hoteleras, especialmente de extranjeros.
Pero ante todo, el Guggenheim es un catalizador económico que mantiene 5,000 puestos de trabajo, ha aportado 3,483 millones de euros a la región y relanzó una ciudad que solo conseguía repercusión internacional por los atentados del grupo separatista ETA.
"Que el Guggenheim esté en Bilbao es un auténtico milagro. Esto era una chatarrería", confiesa su actual alcalde, Ibon Areso, al frente de este proceso de regeneración desde finales de 1980, primero como arquitecto independiente y después como concejal.
Cuando se iniciaron las negociaciones con la fundación neoyorquina, en 1991, Bilbao, antaño una de las ciudades españolas más prósperas, se hundía por un modelo económico caduco basado en la industria pesada, los astilleros y los altos hornos.
"Socialmente estábamos en condiciones pésimas: mucho paro, industrias cerradas, mucho consumo de drogas y la ciudad no se había lavado la cara desde hacía muchos años", recuerda Iñaki Esteban, periodista y autor del libro "El efecto Guggenheim".
Se inició entonces un plan de remodelación urbana para transformar Bilbao en una ciudad de servicios con una economía más diversificada.
La construcción del Guggenheim, por 133 millones de euros, fue el emblema de esta regeneración, muy criticado por los ciudadanos que "no veían como un museo podía servir de motor económico", dice Esteban.
Un cambio más complejo
Pero el milagro se produjo: en un año, el museo ya había aportado 144 millones de euros al PIB regional y paulatinamente se diversificó la economía y decayó el desempleo hasta los niveles más bajos de España.
"El Guggenheim fue un gran acierto pero no fue una iniciativa aislada sino un plan más amplio de regeneración urbana, mejora del puerto, construcción del metro", dice Guillermo Dorronroso, director de la Business School de la Universidad de Deusto.
Desde entonces, varias ciudades pidieron a Frank Gehry reproducir el ya conocido como "efecto Bilbao". Pero la arquitectura es "solo una pieza del puzle", afirma él. "Bilbao es un milagro e implicó, además de mi edificio, la renovación de muchas infraestructuras", subrayaba en una entrevista.
"El proceso de cambio es mucho más complejo y profundo que hacer un museo y ¡pam!", coincide Areso. "El cambio de Bilbao habría sido posible sin el Guggenheim, aunque probablemente no habríamos tenido la misma proyección internacional".