La mejor construcción del mundo es una vivienda rural en Brasil
SAO PAULO, Brasil. "Los chicos aún están aprendiendo a lidiar con el antagonismo de venir de una casa extremadamente pobre y vivir ahora en la mejor construcción del mundo", son las palabras con las que el director de la premiada escuela de Canuana, en el norte de Brasil, resume la situación actual de sus alumnos.
Aldeia das Crianças (Aldea de los Niños) es el edificio que da cobijo a 540 jóvenes del interior rural de Brasil, estudiantes en este internado localizado en el estado de Tocantins que acaba de ganar el título de mejor obra arquitectónica internacional, según el Real Instituto de Arquitectos Británico (RIBA).
"Los chicos están más calmados y más felices" tras la mudanza, explica en una entrevista Ricardo Rehder Garcia, director de esta escuela, un gigante de madera y barro que puso la vanguardia de la arquitectura al servicio de jóvenes sin recursos.
El método de "tecnología social", con el que fue construida la obra, diseñada por Rosenbaum + Aleph Zero, llevó al equipo de diseñadores y arquitectos desde Sao Paulo hasta el remoto municipio de Formoso de Araguaia en 2014 para vivir una experiencia completa de inmersión.
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Allí, donde esta obra se inauguraría tres años después, convivieron 10 días con algunos de sus "pequeños clientes", 90 jóvenes con edades entre 13 y 18 años que, debido a la baja renta de sus familias, son acogidos por la fundación del banco brasileño Bradesco para obtener una educación gratuita.
En la escuela de Canuana estudian 840 jóvenes, de los cuales 540 también pernoctan ya que, de otra forma, "perderían hasta seis y ocho horas al día en desplazarse hasta al colegio" debido a la escasez de centros educativos en la zona, explica Pedro Duschenes, uno de los arquitectos.
El autor rememora como "muy emocionante" el proceso de co creación con los jóvenes, que a través de juegos y dinámicas fueron dando las claves para que los profesionales levantaran una obra a su medida.
Gustavo Utrabo, otro de los arquitectos, recuerda que la experiencia sirvió para identificar que los jóvenes "no habían percibido nunca el pabellón en el que vivían antes como una casa, sino como una escuela en la que dormían".
"Fue muy emocionante para ellos ver que sus ideas habían sido escuchadas" explica el director del colegio, que relata que los jóvenes pudieron elegir por primera vez a sus cinco compañeros de cuarto -antes dormían en secciones de 40 personas- y lavar su ropa íntima en la lavandería, lo que era "su sueño".
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El segundo pilar del proyecto fue la conexión del edificio con el espacio en que está construido, una área rural carente de recursos cuya población se dedica a trabajar pequeñas tierras y en el que aún viven reductos indígenas.
Los creadores visitaron estas tribus para conocer de donde venían los jóvenes -algunos pertenecen a ellas y la mayoría tienen allí sus ascendientes- y las invitaron a participar en el proyecto.
Hoy cada cuarto del internado tiene un nombre de animal o planta autóctona plasmado en la puerta con grafismos indígenas que ellos mismos dibujaron en paneles de paja de palmeras con ayuda de las mujeres de la tribu de los Javaés, originaria de la Isla del Bananal, en el mismo estado.