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Óscar de Buen, una historia de grandes retos y desencantos

El ingeniero, a sus casi nueve décadas de vida, recuerda su trayectoria profesional desde la universidad, en la que jamás le gustaron las clases de estructuras de acero ni de concreto.
lun 15 junio 2015 11:15 AM
�?scar de Buen López de Heredia
�?scar de Buen López de Heredia - (Foto: Pepe Escárpita)

Hispano por nacimiento y mexicano por adopción, Óscar de Buen López de Heredia nos recibe con un gesto risueño en su despacho de cálculo y estructuras, Colinas de Buen, ubicado en Plaza Madrid número 2, frente a la Fuente Cibeles: "Fue casualidad estar aquí. Hace 20 años pudimos comprar este edificio muy barato porque estaba hecho pedazos, le quitamos tres pisos y lo reforzamos con columnas diagonales".

Entre el toque urbano madrileño que rodea su edificio y su cuadro favorito de Picasso "Guernica" que adorna su oficina, y refiere al alegato contra la guerra y el terror infligido a la población civil durante un bombardeo aéreo, de Buen arraiga con nostalgia su infancia y las razones por las que tuvo que emigrar a los 14 años con su familia a tierra Azteca, después de la Guerra Civil Española, donde murió su padre.

El despacho no es opulento, apenas mezcla un sencillo escritorio, una mesa de trabajo para juntas, una pequeña biblioteca con libros que no son de su interés, una fotografía de su generación universitaria, y un par de reconocimientos y cuadros, porque en su profesión, lo que se requiere es "meter el hombro", es decir, trabajar con tenacidad en cada proyecto de ingeniería, revela de Buen.

Su vestimenta sobria en color café, combina con el hombre culto, sin chocar con el hombre, realista y honesto, que no finge pasiones, sueños, ni musas inspiradoras a quienes atribuir el mérito de ser uno de los ingenieros en estructuras de acero más importantes del país: "No sé, ni porque elegí la carrera. De niño era bueno para las matemáticas y en aquel entonces no había muchas opciones para elegir una profesión".

Con una sonrisa pícara, recuerda haber confesado a un profesor de la universidad, que nunca le gustaron las clases de estructuras de acero ni de concreto, porque además de áridas y aburridas no le enseñaron nada: "Mi gusto por las estructuras de acero comenzó cuando estudié por mi cuenta".

Su disciplina y genialidad, también le motivaron a no interrumpir sus estudios ni su matrimonio, después de que en el último año de la universidad enfermó de polio perdiendo la movilidad de la parte izquierda de su cuerpo, y quedando en una silla de ruedas al paso del tiempo.

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Don Óscar da un sorbo a su taza de café y comparte con entusiasmo su paso por la docencia, la investigación, y la fortuna de haber participado y visto florecer las grandes obras de infraestructura que se desarrollaron a mediados del siglo pasado.

Entre sus proyectos de ingeniería más trascendentales destacan la Basílica de Guadalupe, la Torre de Pemex, el Estadio Azteca, la Torre AXA (antes Torre Mexicana), el Museo Soumaya y la Torre BBVA Bancomer en colaboración con Arup, Londres, pero las obras que le dejaron la mejor experiencia son el Auditorio Nacional (antes Auditorio Municipal), por ser el primer proyecto importante que le tocó desarrollar en 1952.

El ingeniero frunce el ceño cuando relata -"el segundo proyecto que marcó mi carrera fue el Museo de Antropología e Historia, que recientemente festejó su 50 aniversario"- pero en su mirada se dibuja la decepción y surge el reproche de su voz tranquila y pausada con acento español: "En las ceremonias siempre pasa que nadie se acuerda de los ingenieros. Aparecen todos, menos los ingenieros. Los ingenieros aparecemos sólo cuando hay un problema, si no, ni quien sepa que existimos".

A sus 89 primaveras la ingratitud a su profesión lo hace concluir: "Si volviera a nacer creo que no estudiaría de nuevo la carrera de ingeniería estructural".

Su desencanto se profundiza cuando evalúa la evolución de la ingeniería y su transición entre dos siglos. Oscar de Buen mira por el ventanal de su oficina los edificios de BBVA Bancomer –en el que participó su empresa- y la Torre Mayor, que como muchas otras, ya no son proyectos hechos con ingeniería 100% mexicana como ocurrió con la infraestructura que aportó su generación, cuya capacidad quedó más que probada.

"Antes de la década de los veinte, la gran infraestructura pública –puertos, ferrocarriles,  petróleo- era construida por extranjeros, después se creó la Comisión Federal de Electricidad, Petróleos Mexicanos, entre otros organismos, que permitieron nacionalizar la ingeniería mexicana. Ahora, otra vez se está desnacionalizando la ingeniería".

Tras un leve suspiro explica: "La falta de recursos públicos en México alienta las inversiones y el personal foráneo dejando en segundo plano a los despachos nacionales como maquiladores de sus proyectos sin la posibilidad de adquirir su experiencia. También impera el malinchismo mexicano y la desconfianza de los inversionistas locales que contratan despachos extranjeros que se llevan la parte más bonita de la chamba y cobran diez veces más que nosotros".

Otro factor es la escasez de ingenieros civiles mexicanos, porque a los jóvenes no les llama la atención estudiar esta profesión en la que se que "se chambea mucho y no se gana lo que ofrecen otras carreras como la ingeniería informática".

Quizás en la historia sólo se recordará que el único edificio alto totalmente mexicano, que fue calculado en su estructura por la empresa de Óscar se Buen, es la torre de Pemex: "Ahí solo intervino nadie, más que pura gente de México".

Pero, mientras haya algo que construir, los ingenieros serán necesarios y su empresa –que fundó junto con Félix Colinas en 1960, y de la que es el único que sigue al mando- continúa en la batalla como una de las más destacadas en el diseño estructural mexicano.

Su mente crítica y seriedad al conversar no evita su buen humor, para compartir de vez en cuando un chascarrillo u anécdota que ilumina su rostro y nos roba una carcajada - "Ahora estamos metidos en un problema que es el famoso tigre que tiene uno agarrado de la cola, el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México"- proyecto que no le tiene muy cómodo ni relajado, porque requiere de más personal y aún no está muy claro qué va a hacer su despacho junto al equipo del afamado arquitecto inglés, Norman Foster.

Lo cierto, es que su trabajo siempre será buscar soluciones a los problemas complejos que suelen tener las obras importantes, más cuando se trata de los recientes caprichos arquitectónicos que dan vida a edificios irregulares, incluso con formas poco adecuadas para resistir los temblores de la capital  del país.

"Nos hacen sufrir para ver cómo encontramos una estructura que dentro de su requisito un poco arbitrario permita un comportamiento importante y adecuado ante temblores importantes. Lo ideal serían estructuras regulares y uniformes, pero hoy ningún edificio importante esta así".

El ingeniero escucha atento, ha perdido un poco la audición, pero mantiene una gran lucidez producto de su vigencia en el campo ingenieril. Nunca desarrolló hobbies, y a pesar de su ardua actividad, se permite convivir con sus cinco hijos, 12 nietos y un bisnieto. También ama leer en español, inglés y francés literatura e historia, ya no le gusta tanto la música sinfónica, la popular mexicana ni el tango, y siempre ha tenido claro que "no traga el rock, porque son una bola de mechudos, que en vez de cantar vociferan y pegan brincos como locos".

Él es un hombre amable, sencillo y analítico, que nunca alardea ni se anda con tapujos: "No me considero ningún genio en mi vida profesional, ni tengo la facilidad de inspirarme para proyectar, como la tienen la mayor parte de los arquitectos, me considero una persona que ha estudiado y trabajado mucho, porque estoy al corriente de las cosas y las sé aplicar bien".

Sus proyectos combinan su tenacidad, sagacidad y pragmatismo con la tecnología para diseñar un edificio, donde el mayor secreto no está en los cálculos matemáticos sino en el sentimiento que le imprime, al momento de concebir un sistema estructural y su funcionamiento.

En su quehacer, Don Óscar también ha dejado huella con la publicación de varios artículos técnicos, que le han valido el reconocimiento académico y profesional, y advierte que sólo escribió el libro Estructuras de Acero. Comportamiento y Diseño en 1982, "que indica la tremenda flojera de los mexicanos para escribir y que sigue vigente ante la ausencia de más publicaciones".

Por ahora, escribe un segundo libro sobre estructuras de acero, del que se reserva los detalles. Su agenda de trabajo siempre es apretada, hoy no es la excepción, Don Óscar comerá en la oficina para asistir por la tarde a una reunión, donde participa en la elaboración del nuevo Reglamento para el Distrito Federal, que saldrá el próximo año, y que aumentará las intensidades sísmicas que deben resistir las construcciones.

"Se espera un sismo de igual o mayor magnitud al de 1985: ¿Cuándo, quién sabe? Pero que lo va a haber, no hay duda, es seguro", alerta Don Óscar sin perder su gesto afable y risueño.

Pepe Escárpita

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