De 'Gig economy' a economía compartida: aliados de los bienes raíces
Nota del editor: Este artículo se publicó originalmente en el suplemento Valor Inmobiliario de Expansión, correspondiente al periodo de Primavera 2018.
Las modas o corrientes económicas son resultado natural de su tiempo.
La transformación de la dinámica de vida y empleo –a través de la era de la automatización (industria 4.0) y la inteligencia artificial—, crea nuevas formas de demanda que buscan satisfacerse a través de los nuevos formatos de inmuebles y de modelos de negocio generados por la economía compartida (share economy), definida por el columnista del periódico Financial Times, Tim Bradshaw, como "aquella que facilita el intercambio directo de bienes y servicios entre particulares".
Aunque el término de economía compartida surge en 2008, junto con el arribo de empresas como Uber y Airbnb, hoy en el mundo inmobiliario hay una serie de ejemplos de este intercambio entre particulares que están brindando nuevas oportunidades de negocio y una oferta renovada de monetización o inversión en los bienes raíces: crowfunding, coworkings, colivings y de hecho los modelos pioneros de Airbnb son una realidad para la inversión en bienes raíces al alcance de prácticamente cualquiera.
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Así surgió
Más allá de la idealización mercadológica de los hábitos y aspiraciones de la generación millennial, que pinta a jóvenes –en general atractivos y sin problemas económicos– que buscan ser dueños de su tiempo, que no quieren atarse a propiedades específicas y pasarán su vida como nómadas laborales, conectados permanentemente a través de las redes sociales y el internet, está la menos glamorosa realidad del empleo y del consumo: gracias a la tecnología y los costos fiscales, las empresas tienden a reducir sus plantillas de trabajadores al mínimo posible y a apostar sólo a capital humano de alto valor, pero sólo para labores y proyectos específicos.
Según Helena Leurent, líder de Compromiso Gubernamental y Futuro de la Producción del Comité Ejecutivo del Foro Económico Mundial (WEF, o World Economic Forum), es inminente la extinción de 7.1 millones de empleos en áreas administrativas, a la par de la creación de 2 millones en áreas avanzadas como ingeniería, computación y matemáticas. Menos empleos, pero con mayor especialización y, por ende, mejor remunerados.
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A esto es lo que algunos economistas han llamado GIG Economy, el autoempleo para profesionistas, técnicos o trabajadores especializados que venden sus servicios por un periodo de tiempo o por proyectos específicos. El libro Knowmads los trabajadores del futuro, escrito por Raquel Roca cita que en 2020 el 40% de la fuerza laboral será freelance y 45% será nómada, según un estudio de 2012 de la empresa tecnológica Intuit.
Es decir, habrá que ir a dónde esté el trabajo, eso explica que del total del ingreso destinado a la vivienda, 50% se gastará en las grandes ciudades y sobre todo capitales del mundo (entre ellas, la Ciudad de México).
Las nuevas opciones
Ambas tendencias explican la fuerza que han tomado los coworkings, oficinas con rentas y horarios flexibles bien equipadas y disponibles para todo aquel que las requiera, con el valor agregado del networking con otros trabajadores GIG, autoempleados o emprendedores con los cuales poder hacer negocios, proyectos en común y complementariedad de capacidades. Es decir, un ecosistema de subsistencia y desarrollo mutuo.
Bajo este mismo modelo, el coworking ha derivado hacia en el coliving: comunidades residenciales con espacios compartidos (cocinas, amenidades, bibliotecas, internet, juegos y otros) en el que la flexibilidad de los alquileres determina, flexibilidad de contratos de alquiler, servicios y privilegios.
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Los coliving también se nutren de tendencias demográficas bien determinadas: el incremento en el número de hogares unipersonales, ya sea por la preferencia de 64% de la generación millenial a tener relaciones de pareja no formales, según encuestas de Gallup; el descenso de 10% en el número de matrimonios; el alza de 14% de divorcios y el paulatino envejecimiento poblacional.
Todos ellos factores de independencia habitacional. Hace una década surgió Airbnb, en el momento en que la crisis inmobiliaria en Estados Unidos había dejado docenas de edificios sin inquilinos o subutilizados a la par de inversionistas sin ingresos, por ello, la opción de conectar viajeros con viviendas desocupadas bajo este nuevo modelo prendió de manera favorable y pudo evolucionar también como complemento a la movilidad laboral de los knowmadas que requerían estancias por semana, mes o días.
Finalmente todos estos modelos inmobiliarios, y otros que se están sumando día a día, también significan modelos de inversión que gracias a las tecnologías Prop Tech (FinTech aplicado a bienes raíces) permiten a inversionistas individuales puedan sumarse con montos cada vez más pequeños a redes de financiamiento para proyectos de inversión de nuevos desarrollos.
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