“Una era construye ciudades. Una hora las destruye”: Lucio Anneo Séneca.
En el principio
A finales de los años 40 del S. XX, Acapulco se encontraba en pleno apogeo. La fama del destino era mundial y su crecimiento se podía calificar de vertiginoso. En aquellos tiempos, pocas ciudades del país crecían tan rápidamente y recibían tanta inversión tanto pública como privada. Acapulco representaba el modelo de desarrollo económico, del progreso y de la modernidad mexicana. Una nueva ciudad que no tenía herencia colonial significativa y que por tanto no tendría que ser reinventada sino inventada en su totalidad para responder a la modernidad promovida por el régimen del presidente Miguel Alemán.
La modernidad, para ser tal cosa, debía de ser “racionalmente planeada”, lo que implicaba borrar lo que de pasado tenía aquel presente y particularmente en su futuro aquella ciudad de 35,000 habitantes de casas con techos de dos aguas y tejas de barro cuyo puerto solo era de paso o resguardo. Para ello se convocó a un grupo de expertos en la materia con el fin de planear el crecimiento y el desarrollo de ese nuevo orgullo nacional llamado Acapulco. Estos expertos aseguraban entonces que “el rápido crecimiento de Acapulco fue desproporcionado y anárquico, y si bien el número de cuartos de hoteles de todas categorías ha aumentado enormemente, no existen, en cambio, habitaciones populares y menos aún regiones agrícolas o ganaderas suficientes que produzcan lo que el puerto consume”. Esta afirmación dejaba en claro la nueva contradicción ideológica entre el ideal post revolucionario y las ansias de modernidad del régimen alemanista. Comenzaba así la dicotomía entre el liberalismo económico o la rectoría del estado sobre el territorio como regulador del desarrollo regional, económico y social.
Así, el 4 de julio de 1951, se creó la Comisión de Planificación Regional de Acapulco, la cual quedó integrada por el entonces presidente de la junta de mejoras materiales de Acapulco, el gobernador del Estado de Guerrero y el presidente municipal de Acapulco, quienes serían los ejecutores de los planes establecidos por la comisión. También se integró a un grupo de arquitectos dirigido por las estrellas del momento, Mario Pani y Enrique del Moral, quienes a su vez nombraron un consejo técnico dirigido por el arquitecto José Luis Cuevas, quien quedó como jefe de la oficina de planeación -de la cual formaron parte el arquitecto Domingo García Ramos y el ingeniero Víctor Vila para revisar los problemas urbanos generales-, así como el economista José Attolini; una pléyade de destacados especialistas para asegurar el futuro de la nueva joya de la corona.
En la presentación del proyecto de planificación de Acapulco, ante el Presidente Miguel Alemán, se planteaba un interesante diagnóstico que entendía al puerto como uno de los centros mundiales de gran atracción turística; pero también proclamaba el descontrol, falta de visión y reglamentos de desarrollo. Se planteaba así un desarrollo mixto fundamentado en el desarrollo del sector industrial que favoreciera no sólo a las clases privilegiadas y al sector turístico, sino también a la sociedad residente. Apostaba así por un aprovechamiento racional de los recursos naturales y advertía:
“...debe preverse el crecimiento urbano con el fin de tomar precauciones de carácter técnico, para hacer de la región un conjunto bello y armónicamente desarrollado, ya que el desenvolvimiento actual que se efectúa en forma anárquica y cualquier rectificación posterior sería en extremo difícil y costosa”.
El proyecto tenía una visión regional y abarcaba el área comprendida desde la laguna de Coyuca hasta la laguna de Tres Palos. En ella se proyectaba el establecimiento de zonas de habitación, se distinguía a la ciudad histórica -la cual estaría sujeta a una reglamentación especial-, se planteaba una estricta división de la propiedad agrícola, se proyectaban unidades vecinales de habitación y, en la bahía de Puerto Marqués, se proponía un proyecto para establecer un puerto comercial, que se vería complementado con la estación del ferrocarril Acapulco – Ciudad de México – Veracruz, el cual formaría un eje transversal interoceánico que daría sustento económico a una nueva zona industrial y por tanto a un puerto marítimo.
El plan buscaba separar la zona turística de la industrial. Para la primera se planteaba como “urgente” limitar el crecimiento del actual Acapulco y fomentar la construcción de unidades de habitación aisladas a lo largo del litoral, al tiempo que se consideraba como problema esencial el fomento de la vivienda popular, dado que: “las inversiones realizadas en la región se han destinado, hasta hoy, en forma casi exclusiva a construcciones de tipo turístico”, anticipando así la problemática de segregación socio territorial de la ya entonces Ciudad de Acapulco.
Para el puerto comercial de El Marqués, en la bahía del mismo nombre, se incluían un astillero, una planta siderúrgica, una terminal de carga, talleres de ferrocarril, una estación de pasajeros, la zona industrial, un conjunto de habitación obrera que se desplegaría en 582,759 m2 en el ejido de Santa Cruz, habitación turística de montaña, habitación turística de frente de mar, zona de granjas, zonas agrícolas y el nuevo aeropuerto; que finalmente junto con la Av. Costera, fue lo único que se construyó; marcando así el destino manifiesto de aquel enclave turístico al que solo se podía describir a través del futuro, pues solo así se podría justificar todo lo que se hacía y se dejaba de hacer.
No tenemos información que explique las razones por las que la Comisión de Planificación Regional de Acapulco no logró ejecutar prácticamente nada de lo proyectado y por qué el plan quedó en el olvido y pasó a formar parte del anecdotario del puerto. Probablemente las siguientes palabras expresadas por el arquitecto José Luis Cuevas al presidente Alemán el día en que se le presentó el proyecto, puedan darnos algunos indicios de por qué nunca se logró implementar lo planeado:
“…formulando al efecto el proyecto que aquí se expone con el decidido propósito de someterlo a la consideración de usted, a fin de que, si la idea lo amerita, el gobierno que usted encabeza le imparta su prestigio y su apoyo hasta su completa terminación”.
Por lo visto, al Sr. presidente no le conmovió lo obsequioso del discurso ni lo motivó el proyecto social de las estrellas arquitectónicas de la época. No obstante, los embates de la modernidad urbana y el capital global no resultaron ajenos al esfuerzo de los contratados pues tuvieron importante presencia en el Acapulco de la época al ser contratados para ejecutar las máximas expresiones arquitectónicas de los hoteles, residencias, condominios y enclaves turísticos que definirían la condición emblemática, lujosa, vanguardista y especial que se obstinaron en edificar a toda costa; misma que terminaría cuando no demolida, sí degradada, abandonada, transfigurada y finalmente sustituida por un nuevo imaginario de modernidad desplegado a lo largo de la zona costera hasta salir de la bahía de ensueño, para ocupar una playa como cualquier otra, y que habría de nombrarse como “diamante” para tratar de otorgarle un brillo que no tiene.
El desarrollo turístico de Acapulco, y su innegable declive, dejó de lado y a su suerte a la naturaleza y a todos los que dieron soporte al sistema de producción y reproducción de un modelo de explotación social y ambiental que se ha repetido en prácticamente todos los destinos turísticos de playa del país en el que millones de personas han sido despojadas o desalojadas de su propiedad y cuya identidad se ha visto forzosamente transfigurada. Modelo de un falso desarrollo que nadie se ha tomado la molestia en modificar y que hoy expresa trágicamente su final en Acapulco.
La idea de reconstruir Acapulco tiene implícita la extensión de un modelo de desarrollo cuyos principales resultados han dejado en condiciones de pobreza a 436,947 habitantes (57% del total de la población), en rezago educativo a 150,999 individuos (19.6% del total de población), sin acceso a servicios de salud a 490,549 personas (62.6% del total de población), sin acceso a seguridad social a 490,549 pobladores (62.6% del total de población), 254,046 personas que reportaron habitar en viviendas con mala calidad de materiales y espacio insuficiente (32.3% del total de población), personas que reportaron habitar en viviendas sin disponibilidad de servicios básicos 289,647 (34.7% de la población), 320,979 personas con carencia por acceso a la alimentación (40.7% de la población).
Mejor es pensar en reconfigurar a la ciudad de Acapulco y su modelo de desarrollo económico y social que su reconstrucción, los 270,000 millones de pesos que algunos calculan se requerirán para dejar a la ciudad en las mismas condiciones en las que se encontraba antes del huracán, bien podrían destinarse a replantear, nuevamente y prácticamente desde el principio no solo al destino turístico, sino a la Ciudad de Acapulco.
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Nota del editor: Gustavo Gómez Peltier es gerente de la Dirección de Urbanismo Ciudadano para la región Ciudad de México del Tec de Monterrey. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.