Cultura arquitectónica
La cultura, en cualquiera de sus manifestaciones, es un término que define al conjunto de creencias, conocimientos y hábitos de un grupo social, que incluye también las técnicas y los recursos con los que realiza su trabajo o sus obras. La producción de cada obra de esa cultura se realiza con la participación de un grupo de personas que definen sus características.
En el caso de la arquitectura, la participación de un gran número de gente es algo que frecuentemente no se reconoce; sin embargo, además del arquitectos son los clientes, los contratistas, los promotores y los diversos tipos de asesores y trabajadores los que hacen posible cualquier obra. De hecho, su apariencia depende de la buena o mala relación que se tuvo entre las personas que participaron en su construcción. El conjunto de esas obras conforma —al paso del tiempo— una ciudad, un barrio y la calle; y esa imagen es la urbe en la que vivimos.
Esa cultura refleja los cambios, los valores, y el orden —o desorden—de los grupos que han construido ciudades que nos parecen más atractivas que otras. De hecho se dice que esa obras son parte de la cultura material de un país.
Para que un cultura realmente sea importante se requiere que exista un grupo, no una gran figura. Las figuras son importantes, pero no conforman una cultura. Sus obras son aisladas y representan sólo una parte de la cultura de un país. En arquitectura se tiene aún la idea de que son las figuras aisladas las que determinan la calidad de la cultura construida. Pero la prueba de que eso es un error es evidente: basta recorrer cualquier ciudad para darse cuenta de que está conformada por miles de edificios que la hacen memorable o no. La calidad de la cultura arquitectónica de la ciudad depende de que un gran número de arquitectos realice obras de calidad, no de que se tengan algunos edificios valiosos. Los edificios, al igual que las avenidas, las plazas y los parques, son productos culturales. Por eso es tan importante y necesaria la participación de la gente que los hace posibles. Tenemos pruebas de que la participación de políticos, clientes y constructores en las obras de la ciudad es significativa, pero también hay pruebas —construidas— de sus errores, y su egolatría y necedad. En esas obras siempre ha estado presente un arquitecto que las hace posibles, y eso implica una responsabilidad que a menudo no se asume, ni se exige; una responsabilidad social que no se puede excusar con el pretexto de que se hace un trabajo artístico.
Usar la palabra ‘arte’ ha sido muy fácil, pero es un término especialmente ambiguo cuando el resultado de la obra implica una responsabilidad social. En arquitectura, las obras son una fuerte inversión, el resultado de un esfuerzo colectivo, y la memoria de la ciudad. Además pueden durar muchos años, de manera que si se permite que alguien cometa errores en el costo, el funcionamiento o la eficiencia en la construcción y la operación de un edificio, se comete un error aun mayor.
La arquitectura es un oficio, no un arte, y está más cerca de la construcción que de los museos No debe de ser un arte que esté por encima de los aspectos prácticos o del interés colectivo.
La mala interpretación del término ha causado un daño significativo a la profesión, porque hacer algo con arte es -simplemente- hacerlo bien; y si la obra -por modesta que sea- es parte de la ciudad, tiene que ser una parte digna de esa cultura construida.
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*Arquitecto e investigador de temas de urbanismo.