Plantel Matilde, la escultura habitable
A 45 minutos de Mérida, los árboles se levantan contra el cielo haciendo patente su dominio sobre el paisaje. Su espesura se impone igual que la profundidad del cielo. Ese paisaje se volvió irresistible para el escultor Javier Marín, quien decidió levantar aquí su residencia para artistas con el sistema nervioso de un retiro espiritual en el sur del país.
El escultor piensa en el plantel Matilde como su obra más reciente, porque “la arquitectura es el paso siguiente de la escultura: son volúmenes habitables. Este trabajo lo entiendo como una pintura o una escultura”, expresa en referencia a la obra arquitectónica que ya ve luz en medio de la selva yucateca.
Como una de tantas construcciones prehispánicas entre la maleza de la península sureña, la estructura cuadrangular se levanta blanca entre los árboles.
“La idea es tener un lugar donde puedas hacer un paréntesis de la cotidianidad”, cuenta Javier Marín.
Al principio, la iniciativa fue construir un observatorio. “Quería una torre para tener la línea verde”, explica como si aún fuera el niño que, además de hacer figuras de plastilina, juega a construir casas, inspirado por el trabajo de su padre, el arquitecto Enrique Marín López.
El contraste del hábitat
El estudio del artista en la colonia Roma, Distrito Federal, es un enorme edificio con cara de almacén, que funciona como taller y resguardo de los monumentales cuerpos humanos de resina de poliéster que cuelgan del techo, muestra del hacer y el estilo del escultor.
En ese escenario confiesa su inquietud y razón de tornar a la vorágine para dar vida al plantel Matilde: “Tenemos que voltear a ver a la naturaleza de nuevo. Hay que reconciliarnos con sus ritmos”. Al fondo suena el tráfico de la ciudad, entonces resulta comprensible que el artista mirara hacia la selva como un ‘laboratorio de ideas’ que recibiera a artistas de distintas disciplinas para que fueran inspirados por el ambiente natural.
La inmensidad de la selva es proporcional a la obra de Marín, quien se siente cómodo trabajando a escalas exorbitantes; el Plantel Matilde no es ajeno a ese lenguaje de grandes dimensiones.
La residencia ocupa un terreno de 400,000 m2 –originalmente un plantío
henequenero llamado Matilde– adyacente a la comunidad de San Antonio Sac Chich.
La construcción inició en enero de 2011, y a junio de 2014 lleva 85% de avance. La estructura alcanza una altura de 12 m y un largo exterior de 70 m. “Javier quería un claustro que te invitara al ensimismamiento”, dice Arcadio Marín, su hermano y arquitecto a cargo del proyecto.
Es evidente que su diseño responde primero a exigencias espirituales que a
necesidades terrenales. El trazo perfecto de los cuadrados concéntricos es una adaptación moderna de los claustros virreinales.
En el corazón del edificio, donde habitualmente se hallaría el patio central, un espejo de agua deja ver el cielo enmarcado en el reflejo de las enormes paredes blancas que guardan los pasillos interiores y las columnas que enmarcan los pasajes al aire libre. En medio, una pequeña ‘isla’ conserva la tierra y los árboles originales del lugar.
“Queríamos dejar a la naturaleza en el corazón de la residencia”, explica Arcadio.
Todo en el proyecto es una colaboración y un tributo al ecosistema. La simetría
y la armonía que dibujan los marcos de las ventanas al cruzarse con las sombras, y los triángulos que aparecen sobre el agua y que se alargan o reducen de acuerdo
con la posición del sol, son un guiño a los patrones naturales, a la geometría que en proporciones abrumadoras se antoja inconmensurable.
Las dificultades para construir en el área determinaron como material ideal
el concreto precolado: “Optimiza el tiempo mejorando la calidad de la mano de obra, además de responder bien al clima”, precisa Arcadio Marín.
“El proyecto se dio al revés”, continúa el arquitecto. “No ejecutamos lo que teníamos en un plano, sino que proyectamos un cuerpo general –el cuadrángulo– y se transformó sobre la marcha”.
El lugar definió muchas características. Por ejemplo, “al excavar en las aristas que ven hacia el norte y el oriente, encontramos piedra natural con fósiles y decidimos conservarla para las habitaciones. Taparlo nos pareció un crimen. El plantel se ha
autoproyectado”, agrega.
Matilde es la siguiente parada en el andar de un artista que se mantiene bajo el hechizo de la naturaleza.
FOTOS: César Sandoval