La evolución del Premio Pritzker
Nota del editor: Esta columna de Opinión se publicó originalmente en la edición 536 de la revista Obras, 'Asociaciones Público Privadas, leyes inconexas', correspondiente a agosto de 2017.
(CIUDAD DE MÉXICO) – Este año fue el primero —en 38— que el Premio Pritzker se entregó a los tres socios de un despacho: Aranda, Pigem y Vilalta (RCR), una mujer y dos hombres que trabajan en una pequeña oficina en Olot, un pueblo de 34,000 habitantes en Cataluña.
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Esa sorpresa se suma a las de años recientes, y constituyen la prueba de que los criterios del premio han cambiado profundamente.
El galardón se otorga desde 1979, cuando Philip Johnson convenció a la familia Pritzker para instituirlo y se lo dio a sí mismo. El siguiente fue para Luis Barrágan (1980), el único mexicano premiado.
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Nueve veces se ha entregado a arquitectos estadounidenses: Johnson, Roche (1982), Pei (1983), Meier (1984), Bunshaft (1988), Gehry (1989), Venturi (1991), Koolhaas (2000) y Tom Mayne (2005).
En seis ocasiones a japoneses: Tange (1987), Maki (1993), Ando (1995), Saana (2010), Ito (2013) y Ban (2014); cuatro a ingleses: Stirling (1981), Foster (1999), Hadid (2004) y Rogers (2007); dos a brasileños: Niemeyer (1988), Mendez da Rocha (2006); igual a españoles: Moneo (1996) y RCR (2017); lo mismo a italianos: Rossi (1990) y Piano (1998); a franceses: De Portzamparc (1994) y Nouvel (2008); a portugeses: Siza (1992) y Souto de Moura (2011), y a suizos: Herzog & de Meuron (2001) y Zumthor (2009).
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Solo se ha premiado a tres mujeres: la primera fue Zaha Hadid (2004) que lo recibió 25 años después de que se entregara solo a hombres; eso dio oportunidad de que se premiara a Kazuyo Sejima (2010) y a Carmen Pigem (2017), pero solo como parte de un equipo.
En el premio de Venturi no se incluyó a Denise Scott Brown, su esposa y socia; mismo caso de la arquitecta Lu Wenyu, esposa de Wang-Shu (2012), prueba de que el Pritzker ha asignado a las mujeres el modesto papel de 'colaboradoras'.
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Durante años se distinguió a arquitectos renombrados, aunque no contaran con obras de calidad. Por fortuna, con la experiencia acumulada, con la actuación de un jurado más competente, y con el efecto de las crisis inmobiliarias, se han modificado los criterios de premiación y, poco a poco, se han reconocido obras valiosas de arquitectos relativamente desconocidos.
Ese ha sido el caso de Murcutt (2002), Zumthor, Wang-Shu, Shigeru Ban (2014), Aravena (2016), y del grupo RCR. Todos esos arquitectos tienen obras muy diferentes, que se han distinguido por su atención al entorno, al clima, a los materiales y a la cultura de los países donde realizan su trabajo.
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Incluso, algunos han recuperado técnicas y materiales tradicionales, con una nueva y creativa aplicación. Tienen también obras que reconocen el valor de edificios antiguos en los que han integrado el trabajo de talentosos artesanos.
Todos han logrado hacer más con menos y no malgastan recursos en formalismos vacíos.
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Es posible que muchos estén molestos porque el Pritzker ha cambiado. Pero es importante reconocer que ese cambio señala claramente que el trabajo del arquitecto debe ser de servicio, no de decorador de exteriores.
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* Arquitecto e investigador de temas de urbanismo.