El monumento a Obregón, la luz del general
Nota del editor: Este texto fue publicado en la revista Obras, en su edición de febrero de 2016.
En un banquete ofrecido por diputados guanajuatenses en el restaurante La Bombilla, en el barrio de San Ángel de la Ciudad de México, un joven dibujó rápidamente un perfil del general Álvaro Obregón. El artista era José de León Toral, quien consideraba al recién electo presidente de México enemigo de la Iglesia Católica.
Aquel 17 de julio de 1928, José le mostró el boceto a Obregón y enseguida le disparó, aunque luego se supo que las suyas no fueron las únicas balas que atravesaron al veterano militar. Tras el magnicidio, el restaurante construido con troncos y vigas cayó 'en la oscuridad' y su maderamen quedó desfigurado.
Fue hasta 1934 que el entonces Departamento del Distrito Federal (GDF) llamó a un concurso nacional para erigir un monumento al llamado 'Héroe de Celaya y León', justo donde fue abatido. El ganador, el arquitecto Enrique Aragón Echeagaray, invitó a Ignacio Asúnsolo a realizar las efigies que custodian los cuatro costados del edificio. A siete años del atentado, el 17 de julio de 1935 fue inaugurado el memorial al caudillo, aunque sus restos permanecen en el municipio de Huatabampo, Sonora.
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Un sendero de agua, dispuesto en la explanada frente al monumento, señala el centro del parque que heredó el nombre de La Bombilla. Con 'un aire' Art Decó, los elevados paramentos surgen desde una base en talud.
La escalinata de acceso se alza entre dos guardianes femeninos que representan el campo y el trabajo. En su interior, cubierto de mármol, es posible subir varios niveles para apreciar desde la altura el "lugar de su sacrificio" —como indica el bronce de Obregón que recibe al visitante—, o descender a un semisótano y ver las baldosas originales del restaurante, concéntricas al tragaluz cenital.
En 2014, el Gobierno de la capital comenzó la restauración del exterior del monumento y las obras de rehabilitación de andadores y farolas del predio aún están en proceso. Las fachadas fueron remozadas, y sus gigantescas figuras, despojadas de pátina, volvieron a sus tonos originales. También destinó un presupuesto de 3 millones de pesos para instalar iluminación exterior.
El arquitecto Aragón no pudo haberlo dicho mejor: "El monumento es a la vez espejo de situaciones y de hombres, caja de resonancia de pasiones y sentimientos, es luminaria que deslumbra y da calor".