Sueños de queso, fútbol e infraestructura
Seguramente en sus días de infancia, alguna vez escuchó la fábula de Esopo sobre la mujer que imaginaba cuánto ganaría al vender el balde de leche que llevaba sobre su cabeza, y que al cabo de unos pasos –soñándose ya con una granja y una fábrica de lácteos– meneó la cabeza y tiró la leche. Lo mismo sucede con el desarrollo de infraestructura con más frecuencia de la que percibimos.
Puertos vacíos, carreteras que no llevan a ninguna parte, hidroeléctricas de agua estancada, aeropuertos con un aterrizaje por semana, monumentos que cuestan lo que decenas de escuelas, ¿le suena? El espejismo de progreso que la infraestructura da a los gobiernos (en cualquier escala) termina siendo una trampa con efectos perversos en el tiempo, con crecimientos de deuda, inseguridad, conflictos sociales, daños ambientales y más… La encrucijada por la que hoy atraviesa Brasil podría convertirse, al menos parcialmente, en uno de estos falsos oasis.
Desde 2007 a la fecha, la nación sudamericana ha invertido más de 1.3 billones de dólares en dos Programas de Aceleración del Crecimiento (PAC), que entre sus proyectos contemplan la construcción de estadios y obras de infraestructura para los Juegos Olímpicos en Río de Janeiro 2016 y el Mundial de Fútbol 2014, que –al cierre de esta edición– se mantenían al borde del colapso a causa de la molestia de la FIFA por las protestas sociales en contra de los costos y las denuncias de corrupción de los proyectos mundialistas.
En entrevista con Obras el ministro de deporte de Brasil, Aldo Rebelo, señala que la apuesta por el mundial es como un jarrón de leche sobre su cabeza, "podemos derramarla o hacer queso. Nosotros queremos el queso".
Si bien la afectación económica puede ser poco significativa en el entorno del plan completo para impulsar la infraestructura (apenas 1.54% de la inversión y 8.8% del retorno), el daño institucional al interior y el de credibilidad para las inversiones al exterior pueden tener mayor secuela. Actualmente las calificadoras de deuda ya comienzan a ver un futuro negativo para Brasil, con las consecuentes pérdidas de oportunidades de inversión y competitividad.
Habrá que recordar que la crisis por la que atraviesa España, especialmente en la industria de la construcción, se debe a la excesiva apuesta por construir infraestructura a costa del capital de la eurozona, que al menos por ahora no tiene posibilidades de generar retorno de inversión alguno y sí una presión enorme para las siguientes generaciones hispanas.
México aún está a tiempo de no entrar en esos escenarios. La intención de invertir en los próximos seis años por encima de 4 billones de pesos suena a una oportunidad histórica sin precedentes, pero también se puede convertir en un peligro latente. ¿Aprenderemos la lección de la lechera o seremos capaces de hacer queso?
Seguramente en sus días de infancia, alguna vez escuchó la fábula de Esopo sobre la mujer que imaginaba cuánto ganaría al vender el balde de leche que llevaba sobre su cabeza, y que al cabo de unos pasos –soñándose ya con una granja y una fábrica de lácteos– meneó la cabeza y tiró la leche. Lo mismo sucede con el desarrollo de infraestructura con más frecuencia de la que percibimos.
Puertos vacíos, carreteras que no llevan a ninguna parte, hidroeléctricas de agua estancada, aeropuertos con un aterrizaje por semana, monumentos que cuestan lo que decenas de escuelas, ¿le suena? El espejismo de progreso que la infraestructura da a los gobiernos (en cualquier escala) termina siendo una trampa con efectos perversos en el tiempo, con crecimientos de deuda, inseguridad, conflictos sociales, daños ambientales y más… La encrucijada por la que hoy atraviesa Brasil podría convertirse, al menos parcialmente, en uno de estos falsos oasis.
Desde 2007 a la fecha, la nación sudamericana ha invertido más de 1.3 billones de dólares en dos Programas de Aceleración del Crecimiento (PAC), que entre sus proyectos contemplan la construcción de estadios y obras de infraestructura para los Juegos Olímpicos en Río de Janeiro 2016 y el Mundial de Fútbol 2014, que –al cierre de esta edición– se mantenían al borde del colapso a causa de la molestia de la FIFA por las protestas sociales en contra de los costos y las denuncias de corrupción de los proyectos mundialistas.
En entrevista con Obras el ministro de deporte de Brasil, Aldo Rebelo, señala que la apuesta por el mundial es como un jarrón de leche sobre su cabeza, "podemos derramarla o hacer queso. Nosotros queremos el queso".
Si bien la afectación económica puede ser poco significativa en el entorno del plan completo para impulsar la infraestructura (apenas 1.54% de la inversión y 8.8% del retorno), el daño institucional al interior y el de credibilidad para las inversiones al exterior pueden tener mayor secuela. Actualmente las calificadoras de deuda ya comienzan a ver un futuro negativo para Brasil, con las consecuentes pérdidas de oportunidades de inversión y competitividad.
Habrá que recordar que la crisis por la que atraviesa España, especialmente en la industria de la construcción, se debe a la excesiva apuesta por construir infraestructura a costa del capital de la eurozona, que al menos por ahora no tiene posibilidades de generar retorno de inversión alguno y sí una presión enorme para las siguientes generaciones hispanas.
México aún está a tiempo de no entrar en esos escenarios. La intención de invertir en los próximos seis años por encima de 4 billones de pesos suena a una oportunidad histórica sin precedentes, pero también se puede convertir en un peligro latente. ¿Aprenderemos la lección de la lechera o seremos capaces de hacer queso.