Además, el tren transportará a los trabajadores de la región a un costo mínimo, similar al de un pesero. También ordenará el desarrollo inmobiliario a su alrededor, atraerá la inversión privada y mejorará la calidad de vida de la zona. Todo ello, tras sólo tres años de trabajos y con el menor presupuesto posible.
¿Demasiado bueno para ser verdad? “La vemos como si fuese una mesa de cuatro patas”, explica Rogelio Jiménez Pons, director del Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur), el organismo responsable del proyecto. “La primera es la economía, la segunda es el aspecto ambiental, la tercera el aspecto social y la cuarta el aspecto cultural y estamos obligados a que ninguna de las cuatro predomine sobre las otras, para que no haya un desequilibrio”, comenta vía Zoom, mientras se encontraba en Palenque, Chiapas.
Andrés Manuel López Obrador mencionó por primera vez la promesa del Tren Maya a inicios de 2018, cuando estaba en campaña. El planteamiento: un megaproyecto que recorrería aproximadamente 1,500 kilómetros en el sureste del país, atravesando Campeche, Chiapas, Tabasco, Yucatán y Quintana Roo, y con una inversión total estimada en 139,100 millones de pesos, el triple de lo destinado en un año para la construcción de carreteras en todo el país.
Al igual que con otros proyectos estrella del sexenio de López Obrador, como el aeropuerto de Santa Lucía y la refinería de Dos Bocas, las críticas arreciaron desde un inicio. El Consejo Empresarial Turístico criticó que darle el proyecto Fonatur en lugar de a la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT), responsable de los proyectos de infraestructura, debilitaría financieramente la promoción turística del país.
Tres años después, ya iniciada la construcción de todos los tramos del tren, los cuestionamientos no han cesado. En 2020, 159 organizaciones y 85 activistas enviaron una carta al presidente para advertir de las consecuencias negativas en materia medioambiental y social. Entre los remitentes se encontraban expertos del Consejo Nacional para la Ciencia y la Tecnología (Conacyt) y la organización ambientalista Greenpeace.
El gobierno defiende este proyecto como una respuesta de fondo a un rezago histórico económico y social del sureste mexicano. Un reporte de 2017 del Banco de México señaló que la única actividad que repuntaba en la región era el turismo, mientras el resto se mantenía en números negativos y con tendencia a la baja. Por eso se decidió apostar por este sector y se le confió el tren a Fonatur.
El turismo generado, los efectos inclusivos del transporte y el incentivo a la agroindustria, argumentan sus responsables, detonarán por fin el desarrollo económico del sureste. Una de las dudas es la sostenibilidad del proyecto en el tiempo. Todo dependerá de su rentabilidad: es decir, si su uso y los recursos obtenidos superarán el dinero invertido por las autoridades para su construcción, además de si realmente logrará la prosperidad regional.