Objetos del diseño...
Hay objetos que valen. Objetos que nos emocionan, nos intrigan, nos representan, nos identifican y que provocan placer al verlos, poseerlos o desearlos. Pero detrás de ellos están quienes los idearon. Diseñadores que multiplican sus éxitos con creaciones que gustan y satisfacen. Personas que cumplen con las cada vez más altas expectativas sobre los objetos que se usan y se consumen. Porque el diseño, especialmente el bueno, cuesta, pero también vende.
Es sabido que Steve Jobs por un tiempo concentró toda su atención y el dinero de su compañía para hacer sus Apple Store. El CEO de la empresa más rentable que hoy existe, tras haber coqueteado con los despachos de Norman Foster o de SOM, y finalmente caer en manos de Bohlin Cywinski Jackson, logró que, para 2005, mientras las tiendas de cómputo Gateway contaban con una satisfactoria media de 250 visitantes semanales, las de la ‘Manzanita’ recibieran más de 5,400 clientes en el mismo lapso, rompiendo el récord en el mercado minorista con ingresos superiores a 1,200 millones de dólares tan sólo por sus ventas en mostrador.
Todo eso con pocos elementos, o los mínimos tal vez: piedra, madera, acero y cristal. Un minimalismo que encuentra su consagración en la ‘caja’ de cristal de la Quinta Avenida de Nueva York. Belleza y simplicidad, en la tienda que más gana por metro cuadrado en el mundo.
Desde el juego de tazas de té diseñadas en la Bauhaus en 1926, hasta su mejor imitación –se podría decir ‘homenaje’– hecha por Bodum, que hoy se consigue en el Starbucks de la esquina, existe el interés de convertir los objetos de uso cotidiano en componentes de un interior, en el que se suman los colores, las texturas, la iluminación y los acabados.
Una constante de este principio la podemos encontrar en la marca de equipos de sonido Bang & Olufsen, empresa danesa fundada en 1925, que cuenta entre su lista de diseñadores con personajes como Arne Jacobsen, quien diseñara el tocadiscos BeoCenter 7700. Este modelo se halla en la casa que habitó el arquitecto Luis Barragán, entre muebles de madera robusta, muros con acabado rústico, obras pictóricas que recuerdan recintos religiosos, y en una atmósfera austera que para algunos representa silencio y a otros provoca una lástima bucólica.
En el dormitorio del premio Pritzker lo que más destaca por su modernidad futurística es, probablemente, esa pieza de aluminio mate y policarbonato ahumado, combinado con su cuerpo de palo de rosa, que confirma que hasta nuestro ascético arquitecto no era ajeno al deseo por esos objetos.
Hay una evidente tendencia de fabricantes por contratar a diseñadores destacados. Hoy, por ejemplo, nos es posible tener y comer con los cubiertos diseñados por la multipremiada arquitecta angloiraquí Zaha Hadid para la marca alemana WMF. Obtener el zumo de naranja con el exprimidor de Philippe Starck y prepararnos un espresso en la cafetera de Aldo Rossi, ambos diseñados para Alessi.
Otro caso es el del invernadero de interiores diseñado por Renzo Piano para Smeg, en el que se pueden cultivar flores o especias para consumirse frescas. Esta marca italiana produce tanto refrigeradores vintage, que transportan a una escenografía de Mad Men de los 60, como estufas que hacen que cualquier otro electrodoméstico de hoy parezca obsoleto.
Tal vez sea el mobiliario lo que despierta mayor interés. Tan sólo un vistazo al catálogo de Vitra da idea de la enorme oferta de Smeg. Desde sillas diseñadas por Jean Prouvé en 1934, pasando por el Chaise Longue diseñado por Charles y Ray Eames en 1948, hasta los irreverentes y juguetones sillones recientemente diseñados por la holandesa Hella Jongerius o por los hermanos Bouroullec.
Vaya este texto, pues, como un breve homenaje a quienes inventan los más bellos objetos que nos rodean.
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*Arquitecto. Egresado de la UNAM, donde es académico. Está al frente de su propio estudio enfocado a la arquitectura doméstica, corporativa y diseño mobiliario.
