La arquitectura en crisis
Nada resulta más anacrónico que los arquitectos que todavía se asumen como ‘artistas’; una idea del siglo XIX, que la realidad del siglo XX desacreditó.
Si se asume que la arquitectura es un arte, habría que aclarar que es un arte social. Es un proceso colectivo, que incluye al arquitecto, sus colaboradores, consultores, promotores, clientes y –en algunos casos– a los usuarios.
Uno de los mitos en la práctica es que las obras arquitectónicas son producto exclusivo de la genialidad de su creador; sin embargo, al analizar el proceso de creación de cualquier edificio excepcional se descubre que, además del talento individual, se contó con el trabajo de numerosas personas, indispensables para realizarlo.
Si bien la crisis de la profesión se refleja en el descrédito público sobre la utilidad y la calidad del trabajo del arquitecto, muchas explicaciones de la crisis ocultan sus causas reales, para preservar el orden establecido y los intereses de quienes se benefician con esta situación.
El ocultamiento obedece a poderosas razones de tipo económico, ya que las obras de arquitectura generan y requieren grandes inversiones y, por lo tanto, es muy lucrativo controlar ese mercado.
Uno de los obstáculos para demostrar el valor de los servicios de los arquitectos es la cultura arquitectónica vigente, que después de años de promover edificios escenográficos, figuras y mitos, le ha demostrado al público que no se interesa por servirlo, lo ignora o desprecia su responsabilidad con los usuarios. Durante décadas la profesión ha sido copartícipe del despilfarro y la vacuidad de construcciones pretenciosas. Gran parte de la gente cree que la arquitectura –en lugar de solucionar problemas o añadir valor a las construcciones– es una forma de ‘expresión’ artística individual, por lo que muchos asumen que los arquitectos son una élite, que su trabajo no es útil, y que gastan en cosas que ni siquiera definen adecuadamente, como la belleza o la creatividad.
El control de la profesión sobre la evaluación de su práctica también contribuye a definir su carácter exclusivista. Esta imagen es reforzada por muchas escuelas, asociaciones profesionales y medios de comunicación especializados.
Todo esto es el origen real de la crisis de la profesión, que se agrava ante la pérdida de áreas importantes de trabajo, el avance de su desregulación y la masificación de la enseñanza.
El contraste entre lo que el arquitecto debería hacer y lo que realmente puede hacer revela numerosos problemas en la práctica, la enseñanza y la teoría arquitectónicas. Sólo al enfrentarlos –y al ofrecer alternativas para resolverlos– podremos superar una crisis que anuncia ya la muerte real de la actividad tradicional de la arquitectura.
Profundizar en el análisis de estos problemas, ofrecer un diagnóstico y contribuir con propuestas para remontar la crisis de la arquitectura y de la gran mayoría de quienes la practican, podría ser un objetivo importante de los colegios, las escuelas y los profesionales de la arquitectura. Si se actúa colectivamente con creatividad, energía y decisión, será posible no sólo mejorarla, sino recuperar su doble responsabilidad como arte público y social.
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*Arquitecto e investigador de temas de urbanismo.