La arquitectura al servicio del poder
Como acertadamente menciona Jordi Borja en sus comentarios al libro Arquitectura y política (Montaner, G. Gili, Barcelona, 2011), todo lo que quería saber y quizá no se atrevió a preguntar acerca de la arquitectura, el urbanismo, la sociedad de consumo, la especulación inmobiliaria, el problema de la vivienda, el derecho a la movilidad, la responsabilidad social de los profesionales, la relación entre urbanismo y poder, la globalización y sus efectos en lo local, la sociedad del despilfarro, la participación ciudadana, y otros temas, se encuentra en ese libro.
Como consecuencia de la crisis que España vive, las denuncias, las propuestas, y las reflexiones del libro son una revelación para entender la estrecha y tensa relación entre los arquitectos y el poder –en cualquiera de sus formas–.
Los textos revelan de manera contundente la dependencia que históricamente han tenido los arquitectos con los dueños del poder, y permiten comprender los alcances y los límites de su trabajo. Por eso resulta ridículo que se sostenga que la arquitectura es autónoma, o que sirve para que el arquitecto 'exprese' su creatividad.
Como se analiza en este libro, la lógica del poder realiza edificios y desarrollos inmobiliarios que parecen absurdos, pero que en realidad son procesos financieros que generan ganancias multimillonarias en pocos años. Los resultados son ahora evidentes: en España los préstamos a empresas de la construcción e inmobiliarias sumaron miles de millones de euros, cuya crisis de pagos provocó una recesión que ha destruido casi 2.5 millones de empleos en la construcción y las actividades afines.
Se exponen las especulaciones y los edificios que acompañaron los años dorados del ‘milagro’ español y se mencionan algunos de sus protagonistas: los poderosos; las constructoras y sus arquitectos, ingenieros, urbanistas y profesionistas que crearon y se beneficiaron de un proceso rapaz de especulación.
El resultado está a la vista: el colapso de enormes compañías, la quiebra de bancos y cajas de ahorros, y la enorme cantidad de desempleados en la industria de la construcción –prácticamente paralizada–. Los negocios fraudulentos de inmensos desarrollos urbanos, más de 600,000 viviendas anuales y costosos edificios públicos, favorecieron el modelo del arquitecto como artista, renuente a atender problemas sociales, y dejaron una estela de consecuencias funestas que tardará años en remediarse.
Un aspecto positivo, dentro de ese panorama, es que un buen número de arquitectos españoles realizó obras de calidad; sin embargo, en muchas de ellas se ve una tendencia al exceso y a la monumentalidad. Ahora son otros tiempos: en España 50% de los despachos de arquitectura ha cerrado y para los jóvenes arquitectos es casi imposible encontrar trabajo. "Un importante número de arquitectos en activo se verá forzado a abandonar la profesión, o bien a buscar nuevos nichos de trabajo" (Arquitectos en la encrucijada, Alianza, Madrid, 2011). Esa situación no será permanente, porque Europa es una economía muy integrada y se recupera rápidamente.
La experiencia española muestra que se requiere una nueva actitud de servicio que permita superar la actitud servil de los arquitectos ante el poder, porque existen implicaciones sociales y éticas en su trabajo que lo pueden acreditar como profesional, y no como seudoartista.