Del castigo físico al emocional: Alligator Alcatraz y el diseño que aprisiona
Ansiedad, depresión y angustia son algunos efectos que, de acuerdo con especialistas, experimentarán los migrantes en este centro de detención de Florida, Estados Unidos.
Las rejas del centro de detención Alligator Alcatraz, que encierran a migrantes detenidos por el gobierno de Estados Unidos, en medio de los pantanos de Everglades, Florida, no solo perjudican a las personas por la privación de su libertad. El diseño de los espacios provoca ansiedad, depresión, comportamientos antisociales y angustia, que persisten a largo plazo, incluso fuera del espacio.
Las consecuencias provienen de la ubicación de las instalaciones, así como de la organización de los elementos que lo componen, las texturas del lugar y sus colores, o la falta de ellos.
“El diseño influye en cómo nos sentimos, en qué acciones realizamos, en nuestra conducta y en cómo nos relacionamos con las personas. La iluminación, ventilación, disposición de muebles, pueden hacer que una persona se sienta más o menos cómoda”, explicó Karina Landeros, académica de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
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En este centro de detención, todos los factores se articulan: se trata de una instalación temporal construida en tiempo récord, conformada por carpas blancas distribuidas en patios de concreto, al interior de las cuales rejas metálicas delimitan espacios con literas agrupadas en decenas. Hasta 5,000 personas pueden estar recluidas al mismo tiempo. La única fuente de luz es artificial y constante. Los sanitarios están a la vista de todos.
El espacio está cercado con alambre de púas. Cámaras vigilan permanentemente tanto el interior como el perímetro, ubicado en una zona pantanosa de difícil acceso, donde el calor y la humedad son permanentes y los caimanes se encuentran a escasos metros de distancia.
El espacio está aislado del resto de Florida.(Alon Skuy/Getty Images)
Hacinamiento como castigo
Las fotografías del interior muestran filas de literas de metal pintadas en tonos marrón, sin divisiones entre sí. Cada módulo está cerrado con malla ciclónica desde el piso hasta el techo. No existen muros ni cortinas. Tampoco pasillos que permitan caminar con libertad. En cada área, al menos ocho personas duermen juntas, sin un solo metro cuadrado reservado a la privacidad.
“El hacinamiento no es solo tener muchas personas juntas, sino que esas personas invadan lo que yo percibo como mi espacio”, señaló Karina Lozano, especialista en neurociencia aplicada a la arquitectura. “En lugares como este, no hay posibilidad de retirarse. Todo el entorno es compartido, y eso agota”.
La acumulación de cuerpos sin distancias claras altera el estado emocional de manera progresiva. Se pierde la capacidad de tolerar el contacto cercano y disminuye el umbral para regular emociones. La irritabilidad, las discusiones y el retraimiento son algunas de las respuestas frecuentes.
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“En casa, una persona puede resguardarse en un cuarto o en el baño si necesita estar sola. Aquí, eso no es posible. El estrés se mantiene y no hay cómo descargarlo”, dijo Lozano.
En el centro de detención no hay privacidad. (ANDREW CABALLERO-REYNOLDS/AFP)
Sin contacto con el día ni la noche
Las condiciones del entorno físico generan una experiencia uniforme. El piso tiene un acabado que simula piedra, pero en realidad es vinilo. Las paredes son lona blanca tensada. La luz, blanca y potente, permanece encendida durante el día y la noche. No hay ventanas. Tampoco objetos de color, sonido natural o variaciones térmicas. Todo es homogéneo.
“Cuando habitamos un solo ambiente por mucho tiempo, sin cambios, el cuerpo comienza a sufrir privación sensorial”, dijo Lozano. “No es bueno estar sobreestimulado, pero tampoco carecer de estímulos. Ambas situaciones generan efectos negativos”.
Este tipo de privación ha sido documentada como un factor que afecta los estados cognitivos, dice la especialista. La percepción del tiempo se distorsiona, la memoria reciente se debilita y se reduce la capacidad de mantener la atención.
“La arquitectura puede inducir calma o malestar dependiendo de cómo distribuye los estímulos. En este caso, la monotonía es un problema. No hay día ni noche. No hay dentro ni fuera”, agregó.
El aislamiento va más allá del encierro
Desde el aire, el centro luce como una sucesión de estructuras rectangulares blancas, insertas en un terreno baldío y rodeadas de barda perimetral. El aislamiento no solo es físico, sino también emocional y social.
“Cuando ni siquiera puedo decidir si quiero o no interactuar con otros, porque todo está controlado, me siento doblemente afectado: sin intimidad y sin compañía”, abundó Karina Landeros.
Este tipo de aislamiento reduce la posibilidad de construir vínculos, confiar en otros o regularse a través del diálogo. Las relaciones interpersonales se reducen a lo estrictamente funcional.
El ambiente institucional también refuerza la sensación de despersonalización. Las reglas impiden cualquier tipo de iniciativa o adaptación. No hay acceso a materiales personales, ni posibilidad de modificar el espacio de ninguna manera.
El entorno también juega un papel principal en el impacto a los detenidos.(Alon Skuy/Getty Images)
Espacios sin decisión ni resguardo
Uno de los elementos que más influye en el estado emocional es el control. Poder regular la intensidad de la luz, abrir una ventana o ajustar la ventilación permite al cuerpo autorregularse. Aquí nada de eso es posible.
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“Cuando no puedo modificar ni un aspecto del ambiente, ni siquiera una lámpara, eso genera indefensión. Es una forma de violencia ambiental”, dijo Lozano.
La imposibilidad de cerrar una puerta, cubrir una parte del cuerpo o decidir cómo dormir se convierte en una constante. Incluso las necesidades básicas, como ir al baño, se realizan bajo la mirada de los demás.
“Las personas necesitan momentos de intimidad para regular sus emociones. Si eso se elimina, el malestar se acumula sin escape”, advirtió.
Un entorno que persiste tras salir
Aunque el encierro termina, sus efectos permanecen. Los estudios en psicología ambiental indican que las experiencias vividas en espacios cerrados, sin estímulos ni control, afectan la forma en que una persona se adapta posteriormente.
“Las personas que pasan mucho tiempo en estos centros luego tienen dificultades para reintegrarse a la vida cotidiana. Les cuesta interactuar, tomar decisiones o sentirse seguras”, explicó Lozano.
La afectación no se limita a los migrantes detenidos. El personal que trabaja en estos espacios también está expuesto. Los guardias, operadores y supervisores comparten el entorno por turnos prolongados y enfrentan una dinámica similar de privación, vigilancia y repetición.
“Estar ocho o diez horas al día en un espacio sin estímulos también afecta a los trabajadores. El espacio enferma a todos por igual”, concluyó.
Guardias también pueden percibir los efectos del diseño.(Alon Skuy/Getty Images)
Un espacio diseñado para contener, no para cuidar
Alligator Alcatraz no es una prisión formal, pero opera bajo sus lógicas. El diseño, orientado a contener y vigilar, deja fuera cualquier posibilidad de cuidado, refugio o confort. No se trata de lujo, sino de humanidad.
“Se pueden preservar condiciones de humanidad en contextos de encierro si se considera el ambiente físico, social e institucional”, comentó Karina Lozano. “Luz natural, aire, variación térmica, espacios verdes. Nada de eso requiere grandes recursos, solo intención de cuidar”.
Las imágenes del lugar muestran otra cosa: estructuras cerradas, metal, concreto, lona y vigilancia. Ningún elemento natural. Ninguna forma de descanso visual. Ninguna posibilidad de decidir.
En Alligator Alcatraz, el encierro no termina en las rejas. Está en los colores, las luces, el ruido, los pasillos, las reglas. El diseño también aprisiona.
Las personas detenidas viven en hacinamiento. (Andrew Caballero-Reynolds/AFP)