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#ObrasInsignia: El Teatro de los Insurgentes, catedral del espectáculo mexicano

Con un mural de Diego Rivera, el Teatro de los Insurgentes se mantiene como uno de los más relevantes para el sector cultural en México.
dom 07 diciembre 2025 07:00 AM
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El teatro, ubicado en una de las principales arterias de la CDMX, tiene un mural de 550 metros cuadrados como fachada. (Fotos: Facebook)

En 1953, cuando la Ciudad de México crecía desordenadamente hacia el sur, un edificio con un mural de 550 metros cuadrados se alzó sobre la Avenida de los Insurgentes como un faro cultural.

El Teatro de los Insurgentes no solo marcaría un hito arquitectónico, sino que se convertiría en testigo y protagonista de siete décadas de historia escénica del país.

El caótico crecimiento de la capital trajo consigo la pérdida de los puntos de referencia tradicionales para sus habitantes, según documenta Alberto Dallal, investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Sin embargo, el Teatro de los Insurgentes surgió como uno de los más notables puntos de referencia de la urbe.

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El edificio se ubicó estratégicamente entre la recién inaugurada Ciudad Universitaria y El Caballito, el histórico punto urbano sobre el cruce de Paseo de la Reforma y Bucareli.

Así surgió un eje metropolitano limpio y evidente: Caballito-Teatro de los Insurgentes-CU. Este eje resultaba un conocimiento básico para peatones y conductores de una ciudad que aún podía caminarse y que para muchos visitantes seguía siendo la "Ciudad de los Palacios", señala Dallal en la Revista Imágenes de la UNAM.

Una arquitectura estudiada hasta el último detalle

Detrás de la construcción del teatro se encuentra una historia de investigación arquitectónica rigurosa. Alejandro Prieto, el arquitecto responsable del diseño, realizó numerosas pesquisas técnicas acerca de la visibilidad, la congruencia funcional y la armonía espacial en las salas de espectáculos alrededor del mundo.

Su hermano, Julio Prieto, el primero de los precursores de los estudios relativos al diseño escenográfico en México, lo asesoró en el proyecto. Además, Julio Castellanos y Seki Sano participaron en las conversaciones iniciales sobre el concepto del recinto.

Cuatro décadas después de construir el teatro, Alejandro Prieto recordaba ante el escritor Vicente Leñero cómo había enfrentado el proyecto. "Con Julio (Castellanos) y con Seki (Sano) habíamos hablado de un teatro mixto, que cubriera los requerimientos del teatro comercial de alta calidad y que tuviera en cuenta las necesidades del teatro mexicano".

"Me puse a investigar serio estos temas que me interesaban desde antes", recordó. "Consulté todo lo que pude sobre construcción teatral de la época y el resultado fue un teatro con características propias, sumamente singular", declaró a Leñero.

La capacidad original del teatro era de casi 1,200 butacas, distribuidas de tal forma que desde cada una podían admirarse eventos teatrales de apreciables dimensiones. El diseño permitía escenografías de calado mayor.

El mural que desafió a la ciudad

La fachada del teatro presenta un mural de mosaicos diseñado por Diego Rivera que rápidamente se convirtió en uno de los íconos visuales de la ciudad.

La pieza mide aproximadamente 550 metros cuadrados sobre una superficie cóncava. Fue concebida para ser vista en movimiento desde la entonces bella y ancha avenida.

La construcción física del mural representó un desafío técnico considerable. Las placas de mosaico fueron más de 650, cada una de ellas midiendo un metro por 70 centímetros.

Rivera explicó que cuando recibió la comisión en 1953, decidió establecer de inmediato el tema del mural y el propósito del edificio. "Pinté en la parte baja del centro una gran cabeza enmascarada con dos manos femeninas enfundadas en delicados guantes de noche hechos de encaje", describió el muralista en su autobiografía Mi vida, mi arte.

Las manos señalan un antifaz del tipo de los utilizados en el famoso carnaval veneciano. Al garantizar el anonimato, estas máscaras permitían que la gente de distintas clases sociales pudiera convivir durante las fiestas públicas.

En este tenor carnavalesco, en el mural conviven personajes anónimos y conocidos, miembros de las clases altas y bajas, figuras históricas y de ficción.

Un recorrido visual por la historia nacional

El muralista cubrió el resto de la superficie con escenas de obras de teatro que reflejan la historia de México desde antes de la Colonia hasta mediados del siglo XX, conviviendo en el centro superior en un retrato de Cantinflas.

En el extremo izquierdo del mural aparece una monumental cabeza de un diablo y un ángel más pequeño, haciendo referencia al género de la pastorela.

Junto a ellos, Rivera incluyó un retrato de Hernán Cortés sojuzgando a un indígena. Entre los españoles de los tiempos del Virreinato se encuentra Juan Ruiz de Alarcón, uno de los dramaturgos hispanoamericanos más influyentes del período barroco.

El extremo derecho presenta un grupo de mujeres danzantes, libremente inspiradas por las figurillas de barro de Tlatilco del preclásico prehispánico, conocidas como "mujeres bonitas".

En los planos superiores asoman las figuras de los insurgentes de México: Miguel Hidalgo y Costilla, José María Morelos y Benito Juárez del lado izquierdo, Emiliano Zapata del lado derecho, también con la tea ardiente.

Cantinflas: el corazón del mural

La referencia más clara al teatro mexicano incorporada por Rivera es el retrato de cuerpo entero de Mario Moreno caracterizado como Cantinflas, uno de los comediantes más destacados de México.

El personaje se había iniciado en el mundo del teatro popular de las carpas, por las que Rivera sentía gran admiración.

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Además de su legado artístico, Moreno fue un verdadero filántropo que apoyó muchas causas benéficas. Este arraigado sentido de responsabilidad social influyó en que Rivera y Moreno desarrollaran una profunda amistad.

Rivera decidió retratar al actor con una medalla de la Virgen de Guadalupe en su cuello, tal y como solía hacer en su vida cotidiana. El arzobispo Luis María Martínez protestó argumentando que ofendía "los sentimientos católicos del pueblo mexicano".

El mismo Cantinflas aclaró que siempre usaba dicha medalla. Con su apoyo, la prensa cambió de posición. Al final, el artista decidió no incluirla de forma explícita, aunque sí dejó visible la fachada de la Basílica del Tepeyac.

Una inauguración con sabor a carpa

El 30 de noviembre de 1953, el Teatro de los Insurgentes abrió sus puertas con Yo Colón, una comedia musical en dos actos con libro de Alfredo Robledo, diálogos de Robledo y Carlos León, y música de Federico Ruiz, según el archivo fotográfico de Keys Arenas Manolo Fábregas y la consolidación del teatro

"Desde que lo abrieron con Cantinflas en Yo Colón, luego siguió la historia con Manolo Fábregas y Fela Fábregas que tomaron el teatro", relata Claudio Carrera, productor teatral con 23 años de experiencia en el recinto.

Los Fábregas tomaron el teatro cuando la gente decía que estaba más cerca de Cuernavaca que de la Ciudad de México. Se arriesgaron con todos sus ahorros. "Un genio, podía hacer las tres cosas que casi nadie ha podido hacer más que Silvia Pinal: producir, dirigir y actuar", explica Carrera.

Manolo tuvo el teatro alrededor de 10 años y produjo múltiples títulos importantes con artistas como Amparo Rivelles y Dolores del Río. "Manolo normalmente dirigía o encabezaba el reparto", recuerda Carrera.

Fue Fela Fábregas quien inventó los centenarios, las placas que se develan cada 100 funciones. "No sabían cómo lograrían que la prensa y las grandes figuras regresaran al teatro una vez que había sido el estreno. Y Fela se le ocurrió la brillante idea de develar cada 100 funciones con invitados especiales y hacer una gala", cuenta Carrera. Esta tradición continúa en todos los teatros de México.

Las décadas doradas

Durante los años sesenta y setenta, el teatro recibió producciones de Julissa y su padre Luis de Llano Palmer. "Se propusieron muchas obras con Álvaro Rivelles, Marga López y Silvia Pinal que hizo 'Mame' por primera vez en musical", enumera Carrera.

En los años ochenta, Marcial Dávila empezó a producir tras su matrimonio con Olivia Buccio, "una fantástica actriz de comedia musical". Se produjeron obras como Sugar, con Enrique Guzmán y Héctor Bonilla, que duró más de 600 funciones. También Peter Pan con Olivia Buccio y el Loco Valdés.

"Fue una época muy exitosa del Insurgentes, los ochenta con Olivia y Marcial", relata Carrera. "El Teatro Insurgentes se consolidó como uno de los más importantes de Latinoamérica", afirma el productor.

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La era Televisa y la renovación continua

Cuando Marcial Dávila vendió el teatro, Tina Galindo, con apoyo de Emilio Azcárraga, gestionó la compra. Televisa financió la adquisición a través de Televiteatro, creada para apoyar a sus actores.

"Contaba Tina que don Emilio decía: ganan dinero en el teatro, la gente los ve, pero además el teatro los vuelve mejores actores", recuerda Carrera. "Don Emilio les regalaba los spots a muchos de sus actores para que promocionaran sus puestas en escena".

Durante 30 años, Tina Galindo defendió el teatro. En 2004, Carrera se asoció con ella. "Nos asociamos a partir de Cabaret, hasta que falleció el año pasado", cuenta.

Juntos produjeron Cabaret, Víctor Victoria y La novicia rebelde, con compañías enormes y orquestas de entre 15 y 20 músicos. Luego vinieron éxitos como El perro, Medianoche con Luis Gerardo Méndez, Privacidad con Diego Luna y El buen canario, dirigida por John Malkovich.

Durante la pandemia, el Insurgentes fue el único teatro abierto con sana distancia. "Montamos 'Blindness', sin actores, réplica de Londres, con Marina de Tavira", relata Carrera.

Innovación escénica y versatilidad

El Teatro de los Insurgentes se caracteriza por su versatilidad. "Mucho antes de que hubiera tanto teatro inmersivo, en 2004 cambiamos toda la sala a mesas en vez de butacas", recuerda Carrera. Fue una labor arquitectónica importante para convertir al Insurgentes en un cabaret de Berlín de 1929.

La filosofía es adecuar cada obra a lo que el storytelling cuenta. "En 'Víctor Victoria' lo convertimos en un cabaret francés. En Una y dos patanes redecoramos la sala como de la Riviera Francesa. Con Diego Luna, hicimos una rampa hasta la mitad del teatro y cambiamos las butacas a gradas laterales", describe.

En Mamma Mía, todo se convirtió en una taberna griega. "Para trasladar al espectador a otro lugar, con alimentos y bebidas que tenían que ver con el lugar donde se desarrollaba la obra, hacer una experiencia", explica Carrera.

Para El fantasma de la ópera, puesta en escena actual, se realizó una gran renovación. "Butacas nuevas, lobby nuevo, operación nueva de barras y equipamiento de alta tecnología en audio e iluminación", explica Carrera. Tanto los productores como Yamani, la empresa que hoy maneja el teatro, "hemos hecho todo para que el teatro esté mejor que nunca".

"La vara siempre ha sido muy alta en el Insurgentes. No se puede montar cualquier cosa. Todos los que hemos estado ahí lo hemos respetado y hemos honrado a los que estuvieron antes", afirma Carrera.

"Solo los teatros en Nueva York y Londres tienen ese tipo de historia", concluye Carrera. El teatro está ubicado en una zona segura, con un mural y una historia únicos e incomparables.

Hoy, el Teatro de los Insurgentes continúa siendo un punto de referencia visual. Aún es posible observar autobuses llenos de turistas que se detienen frente a esta singular construcción teatral para que el guía explique los pormenores del mural.

La actividad plena y efectiva que durante más de 70 años ha desarrollado el Teatro de los Insurgentes indica las bondades de su solución arquitectónica original.

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