Hacia un futuro grisáceo
México está a punto de tomar importantes avenidas sin precedente para el desarrollo de infraestructura, explotación de recursos naturales y prestación de servicios públicos (petróleo, gas y electricidad), con la inminente aplicación de la Ley de Asociaciones Público Privadas (APP) y la reforma energética, entre otros.
Si bien tengo mis comentarios sobre esas leyes, me enfocaré en el futuro que depara al sector de la construcción mexicana. En primer lugar, considero que muchas de las constructoras en México aún no están preparadas para enfrentar y asimilar las APP con toda fuerza y vigor; y para cuando lo hagan, será demasiado tarde.
En este impasse, las empresas extranjeras asumirán la mayoría de estos proyectos y dejarán a las nacionales en el rol de subcontratistas, con participaciones exiguas. Más aún, las mexicanas se enfrentarán con un cliente difícil y menos regulado que el gobierno: un sector privado internacional que busca utilidades por doquier.
En segundo lugar, sobre la Reforma Energética (petróleo y gas), es claro que las empresas con capacidad para realizar actividades extractivas –que requieren gran tecnología– tienen enormes capacidades y pueden desarrollar estos trabajos con recursos propios, o bien traer a sus contratistas y proveedores, dejando a las incipientes constructoras locales con las migajas de un sector que promete gran inversión extranjera pero poca participación mexicana.
Vistos estos dos puntos, hay que pensar si las empresas mexicanas que aún tienen grandes ‘áreas de oportunidad’ (como finamente se nombra hoy a las debilidades), pueden competir y enfrentarse a las multinacionales en igualdad de condiciones y definición de negociaciones, y si realmente las empresas globales estarían dispuestas a enseñarles a las locales lo que –según el gobierno– solamente los extranjeros pueden desarrollar.
El gris panorama que preveo no es menor en este momento en el que el país se encuentra en lo que técnicamente algunos ya llaman recesión ante dos semestres seguidos sin crecimiento real, y en el que las empresas constructoras se las están viendo negras para conseguir trabajos que les permitan mantenerse sanamente acostumbradas a años anteriores de bonanza.
En este contexto, la ausencia de proyectos de infraestructura en el primer semestre y la falta de claridad de su existencia en lo que resta del año, así como los nuevos esquemas con sus particularidades y riesgos, no muestran un horizonte soleado para las empresas mexicanas del sector.
Espero que todo lo que digo aquí no se concrete y que las constructoras mexicanas tengan un futuro maravilloso. Sin embargo, si alguien comparte las ideas expuestas, este es el momento para hacer algo: ya sea prepararse para una sustancial modificación de la industria, o para luchar por lo que se puede perder. Después, para ambos casos, será demasiado tarde.
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*Socio director de COMAD, SC (Derecho de la construcción).