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Nota del editor: Esta nota se publicó originalmente en la  edición 537 de la revista Obras , 'Obra del Año 2017', correspondiente a septiembre de 2017.

(CIUDAD DE MÉXICO) – Romper con el típico esquema de hacienda antigua de Yucatán, con muebles antiguos de ratán y un promedio de estadía de tres noches, con el propósito de crear un concepto que preserva e innova al mismo tiempo, garantizando confort y lujo, le mereció al hotel Chablé Resort & Spa ser ganador de Obra del Año en la categoría de Interiorismo.

En una decisión que algunos considerarían un atrevimiento, Paulina Morán y Jorge Borja, autores de este diseño, diseñaron un lugar que genera un choque entre el pasado y el presente más ostentoso.

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"Fue un riesgo que tomamos, queríamos hacer algo diferente —afirma Borja—. Siempre tuvimos claro que no podíamos repetir el mismo tipo de restauración de haciendas que hizo Roberto Hernández (el exdirector y presidente honorario de Banamex, quien ha adquirido varias propiedades) aunque su trabajo sea impecable".

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PROYECTO. Una antigua hacienda yucateca es convertida por dos arquitectos en un espacio de lujo con raíces mayas.

Tenían claro que el confort era fundamental para el éxito del proyecto, y la recuperación histórica tenía que estar muy bien integrada, así que trataron de preservar el 'cascarón', pero como algunas edificaciones ya estaban en demolición, en lugar de restaurarlas buscaron crear un concepto nuevo.

Decidieron que la casa principal de la hacienda ofreciera una experiencia tradicional. "Era un galerón abandonado —cuenta Paulina Morán, quien se encargó del interiorismo del hotel—. Tratamos de respetar todos los muros importantes, teníamos que saber dónde abrir para que no se nos desmoronara".

Esa área, donde se encuentra la recepción, se adaptó para que el huésped pudiera ir a leer, consultar sus correos o relajarse un rato, pero no dormir. Es un espacio que transporta al siglo pasado y evoca la forma de vida de los yucatecos en aquel entonces.

En este espacio todos los pisos son originales, de diseños locales que se repintaron con colores nuevos. Pisos de pasta que los arquitectos de la zona vieron en un principio con malos ojos, cuenta Morán. "Me decían que cómo era posible que quisiera utilizar el piso de su abuela", recuerda.

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Todos los cojines y elementos decorativos de ese espacio los trabajaron con gente de la región. "Nosotros les dimos el lino y la seda y ellos, junto con una fundación que se llama Hilando México, los hicieron", cuenta la arquitecta.

Cajas de cristal

En el interior, 40 habitaciones de lujo separadas por muros originales, sin restaurar, regresan al huésped, como si fueran una máquina del tiempo, al siglo actual. "Lo que queremos lograr es que tengas esta cajita de cristal donde tú te levantes, abras tus cortinas y veas la selva", explica Borja.

"Rompimos el esquema con una combinación entre antiguo y contemporáneo en un lugar en la mitad de la nada, totalmente desangelado", asegura el arquitecto Jorge Borja.

Son recámaras muy amplias, todas elevadas alrededor de 90 centímetros del suelo para tener la sensación de estar sobre la jungla. A pesar del acento contemporáneo, hay elementos que aluden al entorno, como la madera. "Queríamos que cuando tocaras todas las maderas tus sentidos se despertaran, que si bajabas el pie, sintieras la piedra fría de la región", apunta Morán.

El diseño está minuciosamente cuidado para que el huésped lo aprecie hasta en el baño. Los lavabos son monolitos de piedra con una cubierta de madera dura, y los ovalines están hechos a la medida en cerámica, con el color de un cenote por dentro y el color de la tierra por fuera.

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La regadera está en un cubo de madera, una figura que se replica en el hotel hasta volverse representativa del establecimiento.

Un cenote de lujo

El área de poco más de 300 hectáreas de selva incluye un cenote que los arquitectos convirtieron en spa. Encima, como flotando, hay cabinas en forma del mismo cubo de las regaderas de las habitaciones que sirven como cabinas de tratamiento.

Sus servicios integran productos biodegradables e ingredientes cultivados en los ka’anchés (los huertos mayas del hotel), que además se usan en el restaurante.

DE MADERA. Este material permitió conectar con el entorno y despertar los sentidos.

El color del cenote se confunde con el de las albercas privadas de las habitaciones y la del área común. "Tanto para interiores como exteriores tratamos de tomar elementos de la región, usamos la galarza, el cemento blanco con marmolina", explica Morán.

Todos los árboles del terreno se respetaron y el proyecto gira alrededor de ellos. Con los caídos por los rayos, comunes en la zona, se hicieron muebles.

Parte de la estrategia que emplearon los arquitectos para ajustarse al presupuesto fue precisamente reutilizar materiales y recurrir a proveedores locales. Aunque también tienen piezas de autor, como las del británico Tom Dixon, la mayor parte del trabajo la realizaron con mexicanos.

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Muchos de los elementos del interior están hechos de forma artesanal y con una labor de seguimiento continuo por parte de los arquitectos, hasta llegar al punto de verificar con el proveedor de las mesas que encerara los tablones de parota.

INTERIOR ARTESANAL. Lámparas, mesas y otros muebles son obra de los artesanos locales.

Los retos fueron muchos. "Hubo que luchar porque estábamos en un lugar en medio de la nada —cuenta Morán—. Tuvimos al- gunas restricciones, pero las libramos con proveedores locales". Las lámparas, por ejemplo, también son de hechura local; una de ellas es de guajes pintados de negro y con hoja de oro.

El hotel, que opera desde febrero, ofrece tarifas desde 1,100 dólares por habitación. Alrededor de 70% de sus huéspedes son extranjeros, cuya edad va de 35 a 60 años, y que buscan ese tipo de lujo mexicano, comentan los arquitectos.

A pesar de estar en la selva, toda la hacienda tiene caminos accesibles para poder entrar en silla de ruedas. "Quisimos darle a la gente que viene de Nueva York o de Rusia esa experiencia maya-chic, llevarla a otra dimensión porque realmente es una cultura que está muy olvidada y trillada", destaca Morán.

El reconocimiento de la revista Obras se suma a uno previo de escala global. Paulina Morán y Jorge Borja recuerdan con orgullo el día en que supieron que el premio Prix Versailles 2017, que otorga la Unesco y la Unión Internacional de Arquitectos, era suyo.

MATERIAL REGIONAL. Cemento blanco con marmolina fue aplicado en varias zonas del hotel.

El galardón, cuyo fallo se anunció el 12 de mayo y que celebra la arquitectura y el interiorismo de tiendas, hoteles y restaurantes a escala mundial, premió la integración del exterior y el interior del hotel Cha- blé Resort & Spa y lo posicionó por encima de reconocidos despachos internacionales, como el Rockwell Group o el del diseñador francés Philippe Starck.

El premio fue un homenaje al carácter disruptivo de la obra: un hotel de arquitectura contemporánea de lujo en una hacienda del siglo XIX.

Entre el jurado del Prix Versailles estuvieron los arquitectos ganadores del Pritzker Toyo Ito y Wang Shu, y el ensayista Gilles Lipovetsky, entre otros. El hotel, que se empezó a conceptualizar en 2010, pero estuvo frenado mucho tiempo por falta de recursos, se volvió viral.

El mensaje se transformó para promocionarlo como "el mejor hotel del mundo". En poco tiempo, el establecimiento, ubicado en una zona poco turística en el pueblo de Chocholá, a 25 minutos de Mérida, se ha vuelto tendencia en redes sociales y en las publicaciones de viaje más exclusivas del mundo.

FOTOS: Cortesía del despacho

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Obras

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