El terremoto de 1985 como punto de inflexión
El devastador terremoto de 1985 marcó un antes y un después en la historia de la ingeniería sísmica mexicana. Este evento no solo dejó una huella imborrable en la memoria colectiva del país, sino que también expuso las vulnerabilidades de las estructuras existentes y las deficiencias en los códigos de construcción de la época.
"A raíz del sismo de 1985, hubo un detonante en cuanto a la investigación científica relacionado con los sismos, como contar con un mapa de regionalización sísmica, de cuyo análisis se establecieron parámetros para estudiar y conocer de mejor forma su comportamiento”, dijo Raúl Aguilar Becerril, miembro de la Sociedad Mexicana de Ingeniería Geotécnica (SMIG) y de la Sociedad Mexicana de Ingeniería Sísmica (SMIS) en un conversatorio del Colegio de Ingenieros Civiles de méxico.
Este mapa de regionalización sísmica es una herramienta que ha transformado la comprensión del riesgo sísmico en México. Aguilar Becerril explica que este mapa detallado permite identificar con precisión:
1. Las regiones con actividad sísmica más frecuente
2. Las zonas donde se liberan las mayores cantidades de energía sísmica
3. Las áreas donde prácticamente no se presentan sismos
La información resultante ha sido fundamental para la planificación urbana, el diseño estructural y la implementación de políticas de mitigación de riesgos en todo el país.
De la supervivencia a la funcionalidad
Uno de los cambios más significativos en la ingeniería sísmica mexicana ha sido la evolución de los objetivos de diseño estructural.
"Desde 1988 ha habido un cambio en la filosofía de diseño basado en el desempeño además de la normatividad, lo cual es un gran cambio en el parámetro estructural, pasando de un criterio de salvaguardar la vida, hasta mantener la operación y uso del edificio después de un sismo”, destaca Rodolfo Valles Mattox, miembro de la Sociedad Mexicana de Ingeniería Estructural (SMIE) y del Instituto Americano de Construcción en Acero (AISC).
Esto significa que ya no basta con que un edificio se mantenga en pie durante un terremoto; ahora se busca que las estructuras sean capaces de resistir el sismo con daños mínimos, permitiendo una rápida reanudación de las actividades normales.
Los beneficios son varios, ya que este enfoque permite reducir los costos económicos asociados con la recuperación post-sísmica, minimiza la interrupción de servicios esenciales y actividades económicas, así como mejora la resiliencia general de las comunidades frente a eventos sísmicos.