En un par de horas, el huracán Otis cambió por completo la cara de Acapulco, Benito Juárez, Coyuca de Benítez, Atoyac de Álvarez, Tecpan de Galeana y Xalpatláhuac en Guerrero. Los destrozos en carreteras, viviendas, hoteles y comercios aún no tienen cifras, pero las imágenes tras su paso dejan ver que no hay casi ningún edificio que no requiera intervención.
Infraestructura resiliente: clave ante fenómenos climáticos
Esta no es la primera vez que un fenómeno meteorológico devasta una ciudad y, lamentablemente, tampoco será la última, principalmente por efectos negativos del cambio climático que aumentan la frecuencia y gravedad de estas catástrofes. Pero existen modos de aminorar el impacto en las construcciones no solo para evitar pérdidas materiales y económicas, sino para que los inmuebles logren resguardar a la población a través de la infraestructura resiliente.
Las cifras
América Latina y el Caribe es la segunda región más propensa a los desastres naturales. De 2000 al 2019 hubo más de 152 millones de personas afectadas a causa de los 1,205 fenómenos climáticos registrados, de acuerdo con la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA).
En este periodo, se registraron 17 huracanes al año y 23 en total de categoría 5, en los cuáles 34 millones de personas fueron impactadas, así como sus ciudades. Daños que se postergan y afectan la economía de los lugares a largo plazo, principalmente derivados por las interrupciones al funcionamiento de la infraestructura en general.
Esta falta de servicios y conectividad genera costos de entre 391 millones y 647 millones de dólares anuales en hogares y empresas de países de ingreso bajo y medio, como muestran datos del Instituto Mexicano para la Competitividad (Imco) y el Banco Mundial.
Entre 2000 y 2015 se registraron cerca de 21,000 declaratorias de emergencia o desastre en México, de acuerdo con el Imco. En cuanto a las tormentas, el país, Cuba y Haití son los tres más afectados de la región, con 110 fenómenos que causaron 5,000 muertes, 29,000 personas afectadas, y daños calculados en 39,000 millones de dólares en las tres naciones.
Infraestructura resiliente
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) define a la infraestructura resiliente como la que tiene la capacidad de hacer edificios para resistir, adaptarse y recuperarse de los efectos de una amenaza natural preservando sus funciones esenciales. “En el caso de los hospitales, por ejemplo, una estructura resiliente debe ser capaz, no solo de continuar entregando servicios después de un evento natural de gran magnitud, sino de incrementar su capacidad de funcionamiento”, explican Daniela Zuloaga y Carlos Henriquez Cortez en ¿Cómo pensar la resiliencia en la infraestructura social del Caribe? del organismo.
Sin embargo, para la Cepal, América Latina y el Caribe están muy lejos de lograr hacer este tipo de construcciones la normalidad, debido a que en la actualidad no se cumple ni con los elementos básicos.
En 2014 había 18.5 millones de personas sin acceso a la electricidad y se contabilizaron 24 millones sin fuentes mejoradas de abastecimiento de agua potable.
“Con respecto a la infraestructura de transporte, indicadores de calidad y de cantidad –como la densidad de la red vial– corroboran la constatación del retraso de los países de la región frente a otras economías. En 2015, la extensión promedio de la red vial en América Latina era de 22.8 kilómetros por 100 kilómetros cuadrados, un nivel mucho inferior al de países como Alemania (180.3 kilómetros)”, dice el estudio Infraestructura resiliente: Un imperativo para el desarrollo sostenible en América Latina y el Caribe. En el caso de México, la densidad es de 20 kilómetros por 100 kilometros cuadrados.
La calidad de la infraestructura vial también es deficiente, ya que para 2020 solo 23% de las carreteras de América Latina estaban pavimentadas.
¿Cómo llegar a la resiliencia?
información del BID detalla que la clave está en aplicar una estrategia de manera gradual y escalonada, comenzando con niveles grandes, a escala país o red hospitalaria, y después bajarlo a casos particulares.
“A grandes rasgos, un enfoque así se inicia realizando un análisis rápido a nivel portafolio (usando información georreferenciada y general existente) para clasificar proyectos según su nivel de riesgo, y a partir de esta jerarquización se pueden desarrollar análisis más detallados para los proyectos que lo ameriten, de forma que se aprovechan los recursos de forma eficiente”, dice el BID.
El paso siguiente es realizar evaluaciones de riesgo para definir y modificar diseños y condiciones operativas de la infraestructura haciéndola más resistente y planeando sistemas de respaldo, a través de calificar el desempeño estructural frente a las principales amenazas.
De acuerdo con el organismo, algunas iniciativas existentes incluyen la creación de microrredes eléctricas solares para establecimientos de salud, o sistemas de suministro independiente de agua potable a través de pozos o recolección de lluvias.
En cuanto a los sistemas constructivos, el estudio Construyendo un Caribe más resiliente y bajo en emisiones de carbono del BID señala que, además de priorizar el uso de concreto, y el hormigón y piedra en muros, se pueden agregar otros aditamentos como correas de techo de metal que se envuelven alrededor de las vigas que además sujetan los muros de carga y las columnas, conexiones mejoradas de tejas y revestimientos como tornillos en lugar de clavos o ponerlos más juntos y usar adhesivos especializados.
La instalación de contraventanas y cristales mejorados también es un factor que puede ayudar a aminorar los daños.
La implementación de estas soluciones además ayudará a aminorar el gasto derivado de los desastres: "al realizar la evaluación económica de la implementación de estrategias resilientes de construcción versus sus costos más elevados de inversión, considerando una vida útil promedio de 50 años, se alcanzan beneficios netos en valor presente que varían entre un 5 y un 20% en países en alto riesgos", refiere el BID.