Hundimientos en CDMX presionan zonas vulnerables; "es necesario actuar"
Expertos advierten que la subsidencia del suelo en la capital del país sigue sin incorporarse en la política pública urbana, aunque ha sido documentado desde hace décadas.
La Ciudad de México se hunde, literalmente. Cada año, algunas zonas del oriente y sureste de la capital descienden hasta 40 centímetros, según estudios geotécnicos recientes. Sin embargo, la política pública no lo reconoce como un riesgo estructural, lo que impide definir zonas de intervención y desarrollar una adecuada planeación urbana.
Esta subsidencia del suelo, causada por la sobreexplotación del acuífero y el peso de la infraestructura urbana, no es nueva, pero sus efectos comienzan a alcanzar una escala que compromete la operación de servicios públicos, la habitabilidad en ciertas zonas y, eventualmente, podría provocar desplazamientos de población.
Para especialistas como Bernardo Farrill, urbanista y consultor de planeación, y Paul Garnica, consultor de infraestructura, el riesgo no radica solo en el hundimiento del suelo, sino en la inercia institucional frente a un fenómeno documentado desde hace décadas que va a reconfigurar el mapa habitacional.
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Normalización y abandono
El riesgo más visible no es un éxodo masivo, sino una salida paulatina y silenciosa de personas que dejan atrás zonas deterioradas. “Lo que va a pasar es una cosa horrible que hacemos los humanos, que es normalizar lo que pasa lento”, comenta Farrill, exconsultor del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
“Va haber desplazamientos, pero no van a ser organizados ni subsidiados. Van a ser acciones individuales. Y eso lo hace menos visible, pero igual de profundo”, dice.
Esa “migración silenciosa” implica que ciertas zonas pierdan atractivo para nuevas inversiones, se deterioren los servicios y se perpetúe un ciclo de abandono. “Siempre se inundan las mismas intersecciones, las mismas colonias. Y cada año se repite como si fuera sorpresa”, agrega.
En la práctica, la desigualdad también se profundiza. Las zonas con mayor subsidencia (hundimiento o asentamiento gradual) coinciden con las de menor acceso al agua potable, y los propios pozos que extraen el líquido suelen estar ubicados en las colonias más marginadas.
“Los que sacan el agua son los que no la tienen. Y además son los que sufren las inundaciones y la subsidencia. Es una paradoja social”, advierte Bernardo Farrill.
Paul Garnica apunta que, en muchos casos, la respuesta técnica es suficiente para grandes desarrollos. “Los nuevos edificios en Reforma tienen estudios geotécnicos. Están diseñados para eso. Pero no es ahí donde está el problema. Es en la vida diaria de millones de personas”, dice.
Las fallas en la red hidráulica, los colapsos de tuberías y el desajuste en los sistemas de drenaje profundo ya son visibles. “Opera por gravedad. Pero si el suelo cambia de nivel, puede dejar de funcionar correctamente. El agua puede incluso devolverse”, explica.
Es hundimiento se percibe en edificios y estructuras como el Ángel de la Independencia, que antes se encontraba a nivel de suelo. (Roger-Viollet via AFP)
Un fenómeno técnico conocido, pero sin estrategia
“El hundimiento de la ciudad es un problema del que no podemos culpar al calentamiento global. Es endémico de la Ciudad de México”, afirma Bernardo Farrill.
A lo largo del siglo XX, diversas obras intentaron mitigar el problema. El sistema Cutzamala, por ejemplo, permitió reducir temporalmente la extracción de agua subterránea. “En su momento bajó el ritmo de subsidencia a ocho centímetros por año, pero ahora estamos en 40. Es una barbaridad”, explica.
La compactación del subsuelo, producto del vacío que deja la extracción de agua en los mantos freáticos, afecta especialmente a las zonas con suelos lacustres, como Iztapalapa o partes de Gustavo A. Madero y Tláhuac.
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Y aunque los estudios científicos más recientes, incluido el Atlas de Riesgos de la Ciudad de México, advierten que ciertas zonas podrían volverse inhabitables en menos de 10 años, la planeación urbana no ha incorporado esas proyecciones como variable central.
“El estudio dice que la compactación seguirá por 150 años, pero eso se usa como excusa para no hacer nada. Los efectos ya se están viendo”, advierte Farrill.
Uno de ellos es la degradación progresiva del agua subterránea. “Cada vez está más contaminada”, señala. La ausencia de planes concretos para recargar el acuífero o para tratar aguas residuales agrava el panorama.
Garnica coincide en que el fenómeno es técnico, previsible y documentado. “Desde que se decidió secar el lago de Texcoco y urbanizar sobre sus suelos arcillosos, ya se sabía que esto pasaría”, explica.
Monumentos como el Palacio de Bellas Artes o el Ángel de la Independencia han sido elevados o reforzados. Pero en la mayoría de las colonias, el deterioro se asume como parte del paisaje urbano.
“Toda la ciudad se hunde. Puede sonar catastrófico, pero es un hecho. Y lo más preocupante es que la política urbana no lo reconoce como un riesgo estructural”, señala.
El hundimiento de la CDMX se ha normalizado.(Foto: Obras)
¿Y la política pública?
Pese a las evidencias, el hundimiento del suelo no se reconoce oficialmente como un riesgo urbano con el mismo peso que los sismos. “Con los temblores, se hacen simulacros, se legisla, hay zonificación. Con los hundimientos no”, señala Garnica. “Lo que hace falta es un marco regulatorio que lo reconozca, lo mapee y defina zonas de intervención”, insiste.
Ambos expertos coinciden en que el fenómeno es lento, pero continuo. “Ya estamos a la mitad de esa década de la que hablan los estudios”, señala Farrill.
Para Garnica, aunque hay que evitar alarmismos, también es necesario actuar. “Es momento de reconocerlo como parte de la estructura de riesgos de la ciudad, igual que los terremotos. Porque está afectando ya a la infraestructura, a los servicios, a la calidad de vida”, dice.
Si bien los expertos descartan un escenario catastrófico inmediato, advierten que la ciudad ya está cambiando. “Esto va a reconfigurar el mapa habitacional, no por políticas urbanas ni por el mercado, sino por la gravedad misma del suelo”, resume Farrill.