Sabiduría vernácula
Alejandra Caballero, arquitecta y educadora ambiental, descubrió la bioconstrucción en la década de los noventa, “cuando se perdían las técnicas naturales de edificación y crecía el uso de materiales industrializados”. Para romper con la idea de que tener una casa de tierra es sinónimo de ser pobre, la especialista presentó un proyecto junto a la Fundación MacArthur, a fin de buscar tecnologías limpias en edificación. Apoyados en estudios, sin comprometer la seguridad, empezaron a divulgar cómo ser el constructor de tu propia vivienda.
“Cada día nos buscan más personas con interés en hacer su casa de otra forma”, explica la también coordinadora del Proyecto San Isidro, ubicado a 3 km de Tlaxco, en Tlaxcala, que lo mismo brinda talleres para hacer más ecológicas las viviendas convencionales, que de autoconstrucción con materiales naturales y poca energía.
El bambú, la arcilla, la madera, la tierra, la paja, las fibras vegetales, los troncos, la baba de nopal y de sábila, los aceites naturales o las semillas son utilizados en la bioconstrucción, también denomina-da bioarquitectura o arquitectura regenerativa. Aunque la construcción moderna ha impuesto el uso de materiales estandarizados, la característica esencial de la arquitectura es la regionalidad, explica el arquitecto y constructor Alfonso Ramírez Ponce, cuyo trabajo más conocido es el restaurante del Lago Mayor de Chapultepec.
“La arquitectura moderna debe recuperar su esencia, que es resaltar y mantener el carácter regional: la regionalidad cultural, que proyecta a las personas con sus tradiciones y costumbres; la ambiental, que respeta las condiciones del lugar; y la material, que incorpora los elementos disponibles”, apunta.
Docente desde hace 35 años, Ramírez Ponce resalta que hoy es el único que enseña la técnica del ladrillo abovedado, aunque alrededor de 15 arquitectos la utilizan en sus obras. Es profesor en la UNAM y ha impartido clases centradas en esta modalidad en la ETH de Zúrich y en el Departamento de Arquitectura de la Universidad de Cambridge.
Rubén Salvador Roux Gutiérrez, jefe de investigación de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad Autónoma de Tamaulipas, también volvió a los orígenes de la construcción cuando en 1988 descubrió el uso de la tierra a través de la llamada ‘Arquitectura para Pobres’, del egipcio Hassan Fathy.
Aunque vio que se utilizaba en otros países, cuando presentó un proyecto en el Conacyt hubo quien dijo que era un retroceso. “Trabajé con ingenieros y químicos para demostrar que estos materiales podían ser de calidad y cumplir las normas. Y resultó que sí funcionaban, eran económicos, durables y si se dañaban se podían moler y reutilizar. Luego los mezclamos con fibras naturales, como el coco, lo que aumentaba su resistencia”, explica.
El equipo de Roux Gutiérrez también investigó y revaloró el uso del mucílago del nopal y la sábila. Este material era usado por las antiguas culturas mexicanas
e incluso hoy, en comunidades rurales, algunos albañiles utilizan ‘las babas’ más por tradición que por conocimiento. Estas sustancias tienen caseína, una fosfoproteína que reacciona con los minerales de la arcilla y genera cristales duraderos que
resisten la penetración del agua, de manera que se pueden aplicar a los bloques de tierra comprimidos.
Costo relativo
Mientras que en la construcción convencional lo más caro son los materiales, en
la bioarquitectura la ecuación se invierte: los materiales son económicos y el trabajo
es mejor pagado. Así, el costo de una casa sustentable depende del trabajo contratado. Alejandra Caballero defiende que uno de los puntos de interés de este tipo de cons-
trucción es que genera desarrollo local.
Con un costo de 130,000 pesos por 65 m, Roux hizo en 2006 un prototipo de vivienda en Tamaulipas. “Una casa comercial de 45 m salía en 145,000 pesos en ese tiempo”, presume.
Ver también: 'Construir tu propio hogar'
Ramírez Ponce señala que los techos de bóveda de ladrillo cuestan hasta la mitad que los de losa de concreto. Recientemente hizo el de un salón de baile de 280 m que, en comparación con el uso de concreto, costó 33% menos y pesó 48 toneladas en vez de 180. “Con los materiales industrializados el costo aumenta porque la varilla, el concreto y la cimbra van al alza. Los materiales naturales permanecen en su costo”.
Pero reducir el impacto ambiental de la construcción no sólo es emplear materiales locales, sino también pensar qué necesita la gente. “No podemos aplicar como receta los mismos esquemas constructivos. Cuando les hicieron casas del Infonavit, los yucatecos decían: ‘¿y dónde colgamos la hamaca?’”, afirma Rubén Roux.
Pese a las ventajas de construir con materiales locales y sustentables, la bioconstrucción crece lentamente en México, con escasos apoyos institucionales y al margen de las grandes empresas de la construcción.
“Nuestras investigaciones terminan en un cajón. La iniciativa privada busca invertir y recuperar rápido, sin ver cómo mejorar sus productos, porque no hay nadie que los obligue a cumplir parámetros de sustentabilidad y calidad de vida. Tenemos ahí una cuenta pendiente en generar instrumentos para garantizar vivienda digna, de calidad y acorde al lugar donde se realiza”, lamenta Rubén Roux.
Cortesía Tierra Amor
Regresar a lo natural
FASE 1. La mano de obra es uno de los principales costos, ya que los materiales locales y naturales son más baratos que los habituales de la industria.Elegir los elementos adecuados para la obra es el primer paso. El factor determinable es que sean dela zona y no haya que trasladarlos de otros puntos.
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FASE 2. Ladrillos de adobe y tierra mezclada con fibras para aumentar la resistencia. El objetivo de estas construcciones también es acabar con el mito de que son viviendas para personas con pocos recursos económicos.
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FASE 3. Una de las ventajas de este tipo de viviendas es la climatización de las viviendas, ya que mantienen el calor en épocas frías y sus materiales absorben la humedad.
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