Este 2024, Adai Ruíz se convirtió en mamá y con su comienzo en la maternidad se dio cuenta de que las ciudades son tan inaccesibles que tuvo que cambiar su manera de vivir. Ha dejado de usar el transporte público, limita salidas con amigos y pasa menos tiempo en el exterior porque no hay condiciones para que se pueda habitar fuera de su casa.
En México, la inaccesibilidad en las ciudades es un reto para las mamás
“Es una época en la que te aislas, porque de por sí es pesado tener un bebé, pero también cuando llega una etapa en la que ya puedes salir, también lo piensas mucho porque hay que cargar muchas cosas, no hay acceso a carreolas, lugares para extraer leche, para cambiar al bebé. Hay veces en que digo: mejor no voy a salir”, comenta.
Los obstáculos llegan desde el primer momento en el que se pone un pie en la calle. Usar carreolas se convierte en un reto en la capital del país, en donde hay más manzanas con vialidades sin ninguna rampa para silla de ruedas, 20,658, que con todas adaptadas, 8,696, de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
Si hay suerte de que en el recorrido que se va a realizar existan pasos a desnivel, las banquetas son el siguiente conflicto que se presenta. “A veces hay accesibilidad en las esquinas, pero no se ve todo el recorrido. A veces te subes y hay algo que impide que pasen las ruedas, o resulta que a la mitad te tienes que bajar porque hay personas que subieron un coche o porque usaron parte del terreno como entrada de estacionamiento y hay desniveles”, agrega Taide Buenfil, arquitecta y consultora en accesibilidad.
Pensar en usar el transporte público, como Metro o camión, también sería una odisea. La saturación que existe, inseguridad en los sistemas, y muchas escaleras, son algunos de los impedimentos.
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Las muestras de inaccesibilidad continúan al ingresar a comercios, restaurantes u oficinas en donde hay problemas que van desde falta espacio para que ingrese la carriola, sillas para bebés inutilizables o con una sola talla, o falta de cambiadores, a pesar de que desde 2016 se exigen por ley.
Esto impide que las personas que maternan puedan realizar actividades cotidianas, o las hagan en condiciones incómodas o poco higiénicas, por tener que recurrir a cambiar bebés en el piso o comer con una mano mientras en la otra se carga a un infante.
Incluso, salir sin el bebé puede llegar a ser un problema. A pesar de que por ley los lugares de trabajo deben contar con sala de lactancia, estas en muchas ocasiones no cuentan con las condiciones necesarias para hacerlo de manera cómoda. O en restaurantes no hay espacios diseñados para eso, por lo que hacerlo es casi imposible.
“En otro lado que no sea mi casa nunca me he extraído leche. Prefiero aguantar el dolor. Me ha tocado que salgo con amigos a una reunión y voy cuatro horas a lo mucho porque empieza a molestarme y me tengo que regresar para no tener esa incomodidad”, asegura Ruíz.
Calles para nadie
El caso de Ruíz no es aislado, ni la maternidad es la única actividad que se complejiza en las calles. Buenfil explica que aunque ciudades como la de México tienen siglos existiendo, fue hasta la década de los 60 que se comenzó a considerar a la mujer en distintos roles, por lo que se empezó a estudiar la manera en la que se podía rediseñar su entorno. “Sí han habido cambios que se han dado, pero muy lentamente”, apunta.
Mamás, papás, abuelos, niños, personas con discapacidad, o incluso que acaban de tener un accidente, son parte de la población que todos los días se enfrenta con escenarios complicados para hacer actividades tan simples como caminar sobre la banqueta. “Por eso yo hablo de seguridad a todos y diseño universal, que lo que incluye es ampliar nuestro rango para quienes diseñamos, viendo las necesidades y observando una realidad, no por cumplir por normas”, dice la especialista.
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La falta de un urbanismo y arquitectura de edificios no apta para todas las personas implica, además, costos extra personales y sociales. En el caso de Ruíz, por ejemplo, junto a su pareja tuvo que pedir un préstamo para comprar un coche y salir con su bebé a la calle de manera más segura. Y planea comprar una carreola plegable para pasar a espacios públicos con ella.
“También el encierro, al decidir quedarse en casa, puede implicar depresión y enfermedades que son costos a la seguridad social de un país. Si hablamos de lo individual, el no subir al Metro o circular porque cuando hicieron segundos pisos pusieron un periférico en donde no ponen puentes para cruzar y debes tomar taxi para cruzar al otro lado, implica costos distintos de transporte”, dice la especialista en accesibilidad.
A pesar de los inconvenientes, Buenfil dice que no son las personas afectadas las que se deberían adaptar o recurrir a ayuda, sino las ciudades. Aunque reconoce que hacer esta transformación no es inmediata, se deben continuar con adecuaciones, pero sobre todo conciencia, de la reacción de ciudades que sean amables y confortables con la sociedad.