Por su parte, el tiempo, tal vez, es más democrático. Para empezar, todos tenemos solo 24 horas al día para gastar, independientemente de la riqueza o la posición social. Sin embargo, se podría argumentar que aquellos que tienen que trabajar más horas por menos dinero tienen más probabilidades de viajar más lejos para llegar a su trabajo, siendo los mismos que viven en casas y barrios con menos lujos.
Puede parecer paradójico que a medida que el mundo se tranquilizó, en realidad tuvimos más tiempo para nosotros mismos. En los meses de estar atados a un lugar, muchos de nosotros repentinamente nos volvimos “ricos en tiempo”, lo que brindó oportunidades para volver a conectarnos con el planeta, el lugar y la gente. La lentitud forzada permitió la atención plena, la oportunidad de usar nuestros sentidos y experimentar más en nuestra vida cotidiana, y quizás, ser más conscientes de cómo gastamos nuestro tiempo.
Tuvimos tiempo para conectarnos con el lugar, ya que nuestras vidas se volvieron más locales, limitadas a unas pocas calles y espacios alrededor de nuestros hogares. En este ámbito, los detalles se volvieron más significativos y nos dimos cuenta de cosas que tal vez nos habíamos perdido. Las vistas desde nuestras ventanas adquirieron mayor significado; la belleza de las hojas en las ramas oscilantes de los árboles de la calle, o el valor del cielo y la puesta de Sol.
Tener más tiempo en espacios más pequeños nos permitió conectarnos con las personas que nos rodean; así como con tareas como cocinar, comidas más largas y jugar con los niños. Me pregunto si en el futuro los niños recordarán la pandemia de forma cálida, como un momento en el que estábamos especialmente conectados, involucrados y amados.
En este contexto, observé algunas pequeñas intervenciones urbanas que marcaron una gran diferencia en la calidad de vida en ciudades confinadas y que ofrecen pistas para mejorar las ciudades a futuro.
El balcón es algo sencillo, y bastante económico; solo unos pocos metros cuadrados de concreto o madera pueden ofrecer servicio durante cientos de años, conectando físicamente a las personas todos los días con el aire fresco, el Sol y el mundo exterior. Comparé esto con el alto costo y la vida corta de un automóvil, una tele o una computadora. Otras zonas de borde suave como porches, terrazas, vestíbulos, y ventanales funcionan de dos maneras, no solo creando sana distancia, sino también permitiendo la proximidad, la sociabilidad e incluso la intimidad.
Caminar y andar en bicicleta son los medios más baratos, limpios y eficientes en cuanto al espacio para mover a las personas manteniendo la sana distancia. Es importante destacar que requieren la infraestructura más barata y más rápida. Los peatones se autorregulan intuitivamente, caminar permite a la persona elegir su propio ritmo, ruta y cuándo detenerse, empoderando al individuo.
De todas las formas de transporte, caminar ocupa la menor cantidad de espacio por persona. Incluso cuando se necesita más espacio para permitir y garantizar la sana distancia, esto aún significa superficies relativamente pequeñas en comparación con los automóviles. Con el ciclismo, existe la misma sana distancia instintiva, pero obviamente llegas más lejos y te mueves más rápido.
En todo el mundo, las autoridades públicas hicieron un rediseño radical de sus calles para aumentar la capacidad para caminar y andar en bicicleta. Es fácil, económico y rápido ampliar las aceras o convertir un carril para automóviles en una ciclovía.
El valor del espacio público; los parques y jardines, calles y plazas, nunca pueden ser subestimados. Aunque el paisajismo cuesta una fracción de lo que cuestan los edificios, estos espacios al aire libre siempre han demostrado ser buenas inversiones y son un componente crítico de los vecindarios.