Nuestras ciudades crecen más rápido que su capacidad para ofrecer bienestar, equidad y calidad de vida. México es hoy urbano: 82% de la población —más de 100 millones de personas— vive en ciudades (Banco Mundial). En 1950 era 40%; en 1990, más del 70% (Inegi). La industrialización y las políticas de inversión impulsaron la migración del campo hacia grandes urbes como Ciudad de México, Monterrey y Guadalajara, transformando profundamente el territorio nacional.
Hacia un modelo urbano que ponga la vida y la sostenibilidad en el centro

La rápida expansión urbana superó la capacidad de los gobiernos para planificar y proveer servicios. La falta de suelo accesible y de planeación generó crecimiento disperso hacia periferias sin transporte, servicios ni equipamiento. Este modelo dependiente del automóvil incrementa traslados, consumo energético y emisiones, vacía los centros y expande periferias sin infraestructura. El resultado: urbes extensas y desiguales, con concentración de riqueza, exclusión habitacional y deterioro ambiental (Sedatu, Coneval).
El Centro para el Futuro de las Ciudades del Tecnológico de Monterrey ha analizado el crecimiento de 70 urbes mexicanas entre 1990 y 2020. En todas se observa el mismo patrón: expansión periférica acelerada y pérdida de población en los centros urbanos. Las ciudades ganan extensión, pero pierden densidad, cohesión y eficiencia.
En Monterrey, la población disminuye en cerca del 35% de su superficie urbanizada, donde se concentran empleo, hospitales y transporte público, lo que indica que más de un tercio del territorio con infraestructura consolidada pierde habitantes. Este patrón se repite: Ciudad de México 26%, Guadalajara 27%, Saltillo 21%, Culiacán 31%, Hermosillo 32%, Veracruz 33%, San Luis Potosí 27% y Mexicali 39%. Mientras tanto, se destinan recursos a periferias, desplazando personas en lugar de fortalecer la vida urbana donde ya existen empleo, educación y transporte.
Pese a este panorama, las ciudades son territorios de oportunidad donde la innovación social, el conocimiento y la colaboración pueden redefinir el desarrollo. El reto es técnico, ético y colectivo: México necesita una nueva narrativa urbana, acompañada de un amplio acuerdo social sobre cómo habitar, producir y convivir en sus ciudades.
Las urbes del siglo XXI deben equilibrar su expansión con estrategias que fortalezcan la vida en los centros, recuperando densidad, mezcla de usos y proximidad para un urbanismo más equitativo y sostenible. Avanzar hacia modelos policéntricos —con núcleos bien conectados donde se pueda vivir, trabajar y convivir sin grandes desplazamientos— acerca oportunidades y reduce las distancias físicas y sociales que fragmentan nuestras ciudades.
Propongo cuatro ejes para transformar el modelo urbano mexicano: conocimiento, innovación aplicada, colaboración y fortaleza institucional.
Eje 1: Conocimiento
El primer eje busca vincular evidencia científica con decisiones públicas y privadas, fortaleciendo la comprensión social de las ciudades. Traducir investigación en política pública requiere cooperación entre universidades, gobiernos y sociedad civil. Las ciudades evolucionan rápidamente, desafiando los modelos tradicionales de planeación. Michael Batty advierte que “las ciudades se están volviendo más complejas a gran velocidad, y cada vez nos cuesta más trabajo entenderlas”.
Hoy disponemos de datos georreferenciados, sensores e imágenes satelitales que revelan patrones invisibles y permiten políticas más efectivas. El conocimiento debe llegar a la ciudadanía: entender cómo la expansión urbana, el consumo de suelo y la movilidad basada en el automóvil aumentan la desigualdad es clave para generar conciencia y acción colectiva hacia un desarrollo urbano justo y sostenible.
Eje 2: Innovación
El segundo eje lleva la evidencia al territorio mediante proyectos piloto y de intervención barrial o distrital que prueban soluciones, miden impacto y generan aprendizajes transferibles. La innovación urbana, aplicada con rigor y propósito, convierte al territorio en un laboratorio de soluciones basadas en la naturaleza, regeneración urbana y eficiencia energética, fortaleciendo capacidades para impulsar cambios estructurales en la política pública.
Eje 3: Colaboración
El tercer eje es la colaboración, corazón de la transformación urbana. Los grandes desafíos —movilidad, agua, vivienda, aire, cambio climático— trascienden fronteras institucionales. Experiencias como Distritotec en Monterrey demuestran que, con una visión compartida entre academia, gobierno, empresas y comunidad, surgen soluciones sostenibles. La colaboración alinea actores, construye confianza y permite decisiones que reduzcan emisiones, restauren ecosistemas y fortalezcan la resiliencia social.
Eje 4: Fortaleza institucional
El cuarto eje es la fortaleza institucional, base para la continuidad de las políticas urbanas. Cuando evidencia, innovación y colaboración generan resultados, se abren caminos a reformas sostenibles. Fortalecer instituciones exige diseñar políticas, financiamiento y gobernanza que coordinen visiones. Superar la fragmentación institucional requiere estructuras municipales y metropolitanas sólidas, con recursos, responsabilidad y rendición de cuentas frente a los desafíos urbanos y climáticos.
Conclusión
No hay sostenibilidad sin equidad. En México, 40% de los hogares urbanos carece de agua potable continua (Conagua, 2023) y el transporte público representa más del 20% del gasto mensual de los hogares más pobres (Inegi, 2023). Las ciudades del futuro deben centrar estrategias en vida, dignidad y resiliencia.
Las ciudades concentran dimensiones sociales, económicas y ambientales, mostrando tensiones y oportunidades. Avanzar hacia un nuevo pacto urbano requiere integrar conocimiento, políticas públicas y participación ciudadana, reconociendo la ciudad como espacio clave para generar valor, cohesión social y liderar la transición ecológica del siglo XXI.
Las ciudades reflejan quiénes somos y nuestras aspiraciones, mostrando nuestra capacidad de convivir, imaginar futuros y cuidar la vida. El futuro de México se definirá en ellas: en su habilidad para innovar, incluir y adaptarse al cambio climático, así como en su voluntad de generar esperanza y dignidad desde el territorio.
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Nota del editor: José Antonio Torre es director del Centro para el Futuro de las Ciudades del Tecnológico de Monterrey. Ingeniero Industrial y de Sistema por el Tec y MBA por Harvard, ha sido empresario, subsecretario de Economía y promotor de la innovación urbana y la sostenibilidad. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.
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