Hace 30 años una cúpula plagada de cristales cambió el paisaje de Paseo de la Reforma en la Ciudad de México. La obra que trabajaron el arquitecto Juan José Díaz Infante y el ingeniero Leonardo Zeevaert, se convirtió en un ícono de la capital del país.
Las primeras operaciones en el edificio de la Bolsa Mexicana de Valores (BMV) iniciaron el 15 de abril de 1990 frente a la Glorieta de la Palma, y se inauguró cuatro días después.
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El edificio, Patrimonio Histórico de la Humanidad, no sólo llamó la atención por ser la nueva sede del lugar en el que se llevan a cabo las transacciones financieras más importantes del país. Su diseño y edificación se convirtieron en una referencia.
El autor tenía interés en desarrollar estructuras inteligentes y resilientes a los temblores, ya que sólo cinco años atrás, en 1985, un terremoto había provocado la caída de cientos de edificios en el país. Fue por ello que se alió con el arquitecto, especialista en cimentaciones telúricas y quien había realizado la Torre Latinoamericana.
“El edificio de la BMV es único por el skyline que aporta al centro de la capital, formando parte de la arquitectura moderna, donde se privilegia el muro cortina de cristal que incorpora una técnica de un tipo semiesfera”, informó el grupo en un comunicado.
Para hacer la cúpula, que se caracteriza por los cristales negro y azul claro, se usaron más de 7,000 piezas que se distribuyeron en la torre como en la cúpula del Piso de Remates. Se desarrolló en un predio de 3,840 metros cuadrados y requirió una inversión de 40 millones de dólares.