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#ObrasInsignia: La "indestructible" Torre Latinoamericana

El edificio nació como ícono de la innovación en ingeniería, pero su solidez ante a terremotos la convirtió en un símbolo de resistencia estructural.
dom 12 octubre 2025 07:00 AM
Obras Insignia: La arquitectura de la "indestructible" Torre Latinoamericana
La torre fue vista con incredulidad durante su planeación y construcción por su altura. (Diseño: Salvador Buendía. Fotos: Getty, Cuartoscuro.)

A mitad del bullicio del Centro Histórico, entre vendedores, oficinistas y turistas que alzan la vista para orientarse, una estructura metálica se impone sobre los tejados coloniales: la Torre Latinoamericana.

Desde su inauguración, el 30 de abril de 1956, este edificio no solo cambió el horizonte de la Ciudad de México, también su forma de entender la ingeniería de los rascacielos en el país.

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Una torre que retó al subsuelo

El edificio marcó un antes y después en la historia de la capital. Nació como una apuesta de la empresa La Latinoamericana, Seguros de Vida, que en 1948 decidió levantar un rascacielos en el cruce de Madero y San Juan de Letrán.

Segun se relata en el estudio Torre Latinoamericana: 50 años, restauración de un testigo , de Fabiola Hernández Flores del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, la torre se construyó sobre los terrenos donde siglos atrás se levantaba el convento de San Francisco.

El proyecto fue dirigido por el arquitecto Augusto H. Álvarez y los ingenieros Adolfo y Leonardo Zeevaert, quienes enfrentaron una pregunta que parecía absurda para su época: ¿era posible levantar una estructura de más de 40 pisos en uno de los suelos más blandos y sísmicos del mundo?

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La Torre Latinoamericana es uno de los edificios más icónicos de la ciudad. (ALFREDO ESTRELLA/AFP)

El reto se resolvió con un sistema de pilotes de concreto y un mecanismo hidráulico de flotación, diseñado para que la estructura acompañara los hundimientos del terreno sin fracturarse.

Hernández Flores explica que la decisión fue “tan audaz como simbólica”, porque significó literalmente “hacer flotar la modernidad sobre el lodo de la antigua Tenochtitlán”.

El resultado: un edificio de 181.33 metros de altura, 44 pisos y una estructura de acero tipo 47 (de alta resistencia) que fue considerado el material más innovador de ese momento, de acuerdo con un análisis realizado por la firma arquitectónica Grid Studio.

Fue también el primer edificio en el mundo con fachada completamente cubierta de vidrio y aluminio, materiales que le daban ligereza y reflejaban el espíritu de una ciudad que aspiraba a verse moderna, limpia y racional.

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El proyecto fue dirigido por el arquitecto Augusto H. Álvarez y los ingenieros Adolfo y Leonardo Zeevaert. (Galo Cañas/Cuartoscuro/Galo Cañas Rodríguez)

El deseo de una ciudad moderna

En los años cincuenta, la Ciudad de México se transformaba bajo el impulso del presidente Miguel Alemán. Se abrían avenidas, se construían viaductos, se levantaban conjuntos habitacionales como el Presidente Alemán y se trazaban los límites de Ciudad Satélite.

La Latino, como pronto se le apodó, era la coronación simbólica de esa etapa: una torre que prometía alcanzar el cielo y demostrar que el país podía dominar la técnica.

“La ciudad de México dejaba atrás el provincianismo”, publicó El Universal en marzo de 1951, mientras documentaba el avance de la obra. El propio Álvarez confesó que los inversionistas querían un ícono que pudiera reproducirse “como la Torre Eiffel, en maquetas y ceniceros”, una metáfora de la modernidad empaquetada.

El edificio se volvió una suerte de torre-logotipo, un término que el historiador Cristóbal Jácome emplea para describir la arquitectura que sirve también como herramienta publicitaria. En este caso, la Torre promovía la solidez y confiabilidad de la aseguradora que la había mandado construir.

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Entre la fascinación y el miedo

La verticalidad de la Latinoamericana alteró el paisaje emocional de la ciudad. Hasta entonces, ningún edificio había sobrepasado con tanta contundencia las azoteas del centro.

La fotógrafa Lola Álvarez Bravo lo plasmó en su famoso fotomontaje Anarquía arquitectónica de la Ciudad de México, donde el rascacielos aparece como un intruso entre templos y esculturas coloniales.

Los reportajes de la época hablaban con asombro y vértigo. En 1951, la revista Mañana publicó el texto “Pasos en el cielo”, de Carlos Argüelles, donde se describía a los obreros trabajando “a 32 pisos de altura, con la serenidad de un bibliotecario”. Abajo, la gente los miraba con miedo, sin creer que la estructura pudiera sostenerse.

La prueba del terremoto

El 28 de julio de 1957, un terremoto de magnitud 7.9 derrumbó el Ángel de la Independencia y dañó decenas de edificios del Centro Histórico. La Torre, en cambio, resistió sin un solo colapso.

“El edificio quedó intacto”, documenta Hernández Flores en su estudio. El hecho marcó el inicio de su prestigio: el American Institute of Steel Construction le otorgó una placa que aún puede verse en el vestíbulo, reconociéndola como ejemplo de ingeniería estructural.

El mito creció en 1985, cuando volvió a sobrevivir a otro sismo devastador. Desde entonces, su fama de indestructible se convirtió en parte del relato urbano.

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El edificio mide 181.33 metros de altura, con 44 pisos. (Raquel Cunha/REUTERS)

Una vida que continúa

Hoy, la Torre Latinoamericana sigue habitada. Sus pisos medios albergan oficinas, en los niveles superiores se encuentran el Museo Bicentenario, con piezas de la Independencia y la Revolución, y el Museo de la Ciudad de México, donde se expone la muestra permanente La Ciudad y la Torre a través de los siglos, según la ficha técnica del proyecto elaborada por Grid Studio.

El mirador, en los pisos 42 a 44, es uno de los puntos más visitados de la capital.

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La torre cambió el horizonte urbano de la CDMX. (Henry Romero/REUTERS)

De mercancía a patrimonio

En 1997, el edificio fue declarado monumento artístico por el INBA, lo que prohíbe alterar su fachada de aluminio ni las franjas azules que recorren su cuerpo.

Para conmemorar sus 50 años, en 2006 se restauraron sus exteriores bajo la dirección del arquitecto Palle Seirsen Frost, y se reabrió el mirador con una nueva museografía.

Hoy, como escribe Hernández Flores, “la Torre pasó de ser mercancía a patrimonio”, de producto financiero a símbolo de la vida urbana.

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