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5 claves para hacer arquitectura social en México

En el Foro Owens Corning 2025, Gabriela Carrillo expuso por qué la arquitectura debe replantear sus métodos para responder a la vida real de los territorios y sus comunidades.
vie 14 noviembre 2025 05:13 PM
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La arquitectura es usada como un instrumento para potenciar su entorno. (Onnis Luque)

La arquitectura está viviendo un giro de timón. Aunque históricamente ha buscado mejorar la calidad de vida, hoy su vocación social adquiere un peso decisivo: los edificios dejan de ser objetos y se vuelven instrumentos que acompañan la vida cotidiana, dialogan con el territorio y responden a las condiciones reales de quienes los habitan.

Esa es la invitación de la arquitecta Gabriela Carrillo, quien durante el Foro Owens Corning 2025 planteó que conceptos como libertad, flexibilidad, accesibilidad, sostenibilidad e impacto social deberían ser intrínsecos a la arquitectura, y no cualidades añadidas.

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A partir de su experiencia en obra pública y privada, desde centros culturales en colonias vulnerables hasta intervenciones patrimoniales, infraestructura híbrida o viviendas en topografías extremas, la arquitecta resume cinco claves para construir con un enfoque colectivo y democrático.

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Gabriela Carrillo busca trabajar en obras públicas y privadas, siempre de manera democrática. (Foto: Nuria Lagarde)

1. Entender cómo se construye: mirar los procesos, no solo el resultado

La arquitectura social no inicia en la forma, sino en el territorio. Para Carrillo, construir implica una "cirugía de espacio abierto": obliga a estudiar la topografía, la biodiversidad, los riesgos naturales, la tenencia de la tierra, el agua, la conectividad y los procesos sociales ya existentes.

Solo así es posible identificar qué conservar, qué reciclar y cómo intervenir sin violentar el sitio.

En su práctica, esto ha significado trabajar con materiales locales, técnicas ancestrales, estructuras ligeras y procesos comunitarios, lo mismo para levantar un pabellón con fibra de agave que para rehabilitar una casona histórica sin reestructuras invasivas.

2. Entender el uso real del espacio según sus usuarios

Una obra social no se diseña desde el plano, sino desde la vida. Gabriela Carillo insiste en leer cómo realmente se habita: quién usa el lugar, a qué hora, para qué actividades, con qué limitaciones y qué aspiraciones tiene la comunidad.

Esto se refleja en proyectos como centros culturales insertos en barrios sin espacio público, donde el edificio debe funcionar simultáneamente como aula, foro, zona de sombra, plaza, refugio climático y punto de encuentro.La flexibilidad deja de ser una cualidad deseable y se vuelve un mecanismo para democratizar el uso: más personas, más actividades, más posibilidades.

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Las obras, ya sean casas para una sola familia o parques para comunidades, debe adaptarse a las actividades reales y principales de los usuarios. (Rafael Gamo)

3. La arquitectura como instrumento: facilitar luz, viento y mirada

Carrillo retoma una premisa que aprendió de la tradición maya: la arquitectura no es protagonista, sino un instrumento que amplifica las capacidades del territorio.

Su función es permitir que el viento cruce, que la luz se module, que los vientos se suavicen o intensifiquen, que la mirada alcance horizontes antes ocultos y que la relación con la naturaleza sea respetuosa.

Es una arquitectura que busca desaparecer en el paisaje, operar desde lo mínimo y favorecer atmósferas más que objetos.

Esa idea ha guiado viviendas que se encajan en la topografía, centros comunitarios orientados al norte para evitar calor extremo o estructuras públicas que funcionan como sombra, mirador o captación de lluvia.

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4. Democracia en la arquitectura: participación, colectividad y memoria

Para ella, la arquitectura es una práctica intrínsecamente democrática porque se construye con muchas manos: ingenieros, restauradores, comunidades, autoridades, biólogos, usuarios. Esa colectividad no es decorativa, es estructural.

Los proyectos se vuelven sociales cuando incorporan memorias locales, respetan los procesos constructivos del territorio, reconocen las limitaciones de las comunidades y abren el espacio a usos públicos que no existían: plazas, sombras, huertos, senderos, áreas de reunión.

Incluso intervenciones patrimoniales son una oportunidad para democratizar el acceso: “convencer al cliente de compartir el palacio con la ciudad” se vuelve parte del diseño.

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La arquitectura debe entender los procesos y adaptarlos de acuerdo a las características de su entorno. (Foto: Onnis Luque)

5. Espacios flexibles: arquitectura que no impone, habilita

La flexibilidad aparece como clave transversal. Espacios que cambian de función durante el día, estructuras que permiten sombra, lluvia o ventilación cruzada, plazas que se convierten en foros, aulas que operan como talleres o auditorios, recorridos que se adaptan a nuevas dinámicas sociales.

Para Gabriela Carrillo, la flexibilidad no es solo eficiencia: es libertad para apropiarse del espacio. Y es también sostenibilidad: usar menos energía, aprovechar recursos locales, evitar sobrediseñar, permitir que la naturaleza crezca, se recupere o vuelva a ocupar su territorio.

Una arquitectura que busca desaparecer para que la comunidad aparezca

Las cinco claves plantean una misma idea: la arquitectura social no impone, sino que acompaña.Busca ser ligera, respetuosa, democrática y profundamente sensible a la vida cotidiana.

En palabras de la experta, la tarea consiste en crear arquitectura que permita “que el viento pase, que la luz se emule, que los ojos lleguen a lugares que antes no tenían” y que ponga a las personas en el centro del territorio que habitan.

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