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Unidades habitacionales: el renacer del modelo de comunidad para vivir mejor

La fórmula de vivienda en comunidad se renueva con mezcla de usos y una segunda vida a sus espacios comunes.
lun 29 diciembre 2025 05:00 AM

*Este artículo fue publicado originalmente en la edición de octubre de 2025 de revista Expansión.

Los conjuntos residenciales de lujo, con áreas verdes, piscinas y gimnasios, promueven un estilo de vida comunitario, con entretenimiento y servicios a la puerta del departamento, que, al escucharlo, provoca un inevitable déjà vu.

La idea, aunque transformada, no es nueva. En el México del siglo XX las unidades habitacionales se construyeron bajo los mismos principios: vivienda colectiva, espacios compartidos y vida en comunidad.

Muchas de ellas hoy parecen abandonadas, como si su propósito no se hubiera cumplido, pero basta un impulso de organización y mantenimiento para que el concepto recupere vigencia.

Ese mismo espíritu se asoma en la estrategia del gobierno federal, que prevé la construcción de 1.2 millones de viviendas agrupadas en conjuntos horizontales, con la promesa de ofrecer una vida que vaya más allá de los muros de cada departamento.

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La desarrolladoras privadas también adoptan este concepto no solo por los beneficios que aporta a la población que los habita, sino también por dos razones estratégicas: concentrar una mayor cantidad de personas en pocos metros cuadrados resulta financieramente conveniente e incluir equipamiento dentro de los propios inmuebles permite ubicar los desarrollos en zonas donde el entorno carece de servicios completos y, en consecuencia, el suelo es más económico.

Del funcionalismo a la vida en comunidad

El modelo de vivienda en conjunto se mantiene vigente porque los problemas que buscaba resolver siguen presentes.

Mariana Borja, coordinadora del Laboratorio de Vivienda de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), explica que las primeras unidades se alzaron con la llegada del funcionalismo y la urgencia de alojar a más familias en menos suelo, sin sacrificar condiciones básicas.

“Se puede meter a más población en terrenos pequeños y en zonas de la ciudad, dotarla de iluminación, de ventilación, de espacios ajardinados”, señala.

De esa lógica surgieron proyectos pioneros como el Multifamiliar Tlalpan, el Centro Urbano Presidente Miguel Alemán, la unidad Jardín Balbuena o la Modelo, pensados para contener la expansión de la ciudad y ofrecer vivienda accesible en lugares céntricos.

Los espacios sirvieron para algo más que para albergar a sus habitantes. Desde AmasA Estudio, que trabajó en la intervención para mejora de espacios comunes en las primeras tres unidades habitacionales impulsadas por el Infonavit en la década de los setenta, la de Iztacalco, CTM Culhuacán y Santa Fe, las áreas abiertas son también espacios de uso para las comunidades colindantes.

En la Unidad Infonavit de Iztacalco, por ejemplo, el parque central recibe a usuarios de dentro y fuera del conjunto, lo que refuerza su uso cotidiano y lo mantiene en buen estado.

En Culhuacán, las canchas y áreas verdes se saturan en horarios escolares, lo que demuestra que los espacios funcionan como extensión del barrio y no solo como equipamiento interno.

Esta dinámica evidencia que las unidades se convierten en infraestructura comunitaria con impacto en su entorno inmediato, lo que plantea la necesidad de acompañarlas con reglas de gestión que reconozcan esa doble condición.

Pero con el tiempo, desarrollos de cientos de viviendas con canchas, áreas verdes, tiendas y hasta escuelas, cambiaron: los primeros tenían menos estacionamiento y más espacio libre, las etapas posteriores se expandieron hacia la periferia con densidades más bajas.

Hoy, según cálculos del Laboratorio de Vivienda, los conjuntos representan alrededor del 20% del parque habitacional metropolitano. Un número que revela su peso en la ciudad, pero también el tamaño del reto para mantenerlos vivos.

Datos del gobierno de la Ciudad de México indican que en la actualidad hay 11,200 unidades en donde viven 3.6 millones de personas.

En la actualidad, empresas de administración condominial confirman que la fórmula no ha perdido vigencia. El gobierno federal y los desarrolladores privados la retoman bajo un nuevo rostro, más vertical y con mezcla de usos.

Las unidades se ajustan a nuevas formas sin perder sentido urbano. Mariana Borja explica que su lógica parte del costo del suelo y de la necesidad de acercar vivienda a infraestructura, empleo y servicios.

“Requerimos gastar menos en suelo y acomodar más gente dentro de este”, dice, al recordar que la tipología surge para “meter a más población en terrenos pequeños y en zonas de la ciudad”, con ventilación, iluminación y áreas comunes.

Estos espacios comunes, comercializados en el segmento medio y residencial como amenidades, son convenientes además por aumentar el valor del inmueble.

De acuerdo con Propiedades.com, la existencia de un roof garden (espacio de recreación en el techo de los edificios) eleva el costo de una unidad hasta en 20% en comparación con las que no lo tienen. En el caso de los desarrollos con albercas el precio puede crecer hasta 30%.

De acuerdo con ComunidadFeliz el precio promedio por inmuebles dentro de estos desarrollos es de 3 millones de pesos, pero considera que a futuro el valor bajará.

“Se les va a dar mayores beneficios a proyectos con paneles solares, captación de agua y eficiencia energética”, señala, además de integrar servicios en vertical como hospitales, súpermercados y escuelas bajo el objetivo de “ciudades de 15 minutos”.

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Estas soluciones más “verdes” poco a poco se ganan terrenos en el mercado de los segmentos popular, tradicional y medio. Vinte es un ejemplo de la fórmula de las unidades habitacionales.

En Real Belmonte, en Tecamac, una zona alejada del centro del Estado de México y la capital del país, aunque conectada a la zona industrial del Valle Metropolitano, se construyeron viviendas a partir de los 45.14 metros cuadrados por 1.2 millones de pesos.

Para contrarrestar el tamaño, el desarrollo cuenta con canchas deportivas, escuelas, zonas comerciales, parques para mascotas, juegos infantiles y gimnasio al aire libre. Además, las unidades están certificadas por Edge, que garantiza una construcción ecológica.

Las claves para el desarrollo

Agustín Pereyra, cofundador de AmasA Estudio, considera que el diseño y mantenimiento puede detonar cambios, pero la clave está en la organización vecinal. En Iztacalco, el parque central evolucionó hacia un punto de encuentro, con vecinos que asumieron reglas básicas y un mantenimiento constante.

En Culhuacán, en cambio, la oposición de un grupo con áreas privatizadas generó conflictos: “Lo que necesitamos no es ayuda para barrer, sino para organizarnos”, relató un vecino a los arquitectos.

En Ignacio Chávez, donde muchos residentes son retirados de la Marina, la autoorganización marcó la diferencia: el salón de eventos se renta para cubrir seguridad y operación. “Son laboratorios sociales”, resume Andrea López, la otra cofundadora de AmasA Estudio.

Mientras tanto, en estas y otras unidades del país, hay una problemática constante: las cuotas reflejan las tensiones. Hay hogares que no pueden pagar lo básico y otros que, aun pudiendo, se rehúsan.

Adicional a ello, para mantener no solamente edificios, sino espacios comunes, un apoyo externo es necesario.

Las cuotas nunca van a alcanzar si el gobierno no apoya. No hay manera de sostener estas unidades solo con lo que pagan los vecinos.
Andrea López, AMASA

Los casos muestran que los espacios abiertos obligan a aprender a compartir. “Lo más valioso es que no son lugares que te dicen qué hacer, sino que permiten la libre apropiación. Un techo puede convertirse en cancha, en pista de patinaje o en lugar de yoga”, explica Agustín Pereyra, cofundador de Amasa.

Esa flexibilidad, que rara vez existe en los nuevos desarrollos privados, es lo que sostiene la vida comunitaria.

Lecciones para lo que viene

El reto va más allá de barrer canchas o reparar bombas de agua. Se trata de construir una cultura condominal en un país donde esa práctica es débil. “El mexicano no tiene cultura condominial. Hay que enseñarla antes de construir las unidades”, advierte López.

El problema se complica en proyectos con alta proporción de renta, pues la ley da voto solo a propietarios. “¿Cómo se van a organizar si la mayoría no tendrá voz?”, cuestiona.

Para las nuevas unidades habitacionales del gobierno, la experiencia de AmasA deja una advertencia: si los proyectos se piensan solo en términos de costo y número de viviendas, el resultado será el mismo de sexenios anteriores, unidades periféricas, aisladas y destinadas al abandono.

Para evitarlo, dicen, el diseño de lo común debe tener la misma importancia que el de las viviendas. “Un espacio bonito eleva la autoestima y motiva a cuidarlo”, agrega López.

Lo que parecía un experimento del siglo XX puede ser la base de la vivienda del futuro, siempre y cuando comunidad, diseño y política pública aprendan a caminar juntas.

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